El nuevo obispo
No sé qué le parecerá a ustedes, pero me gusta el nuevo obispo de Málaga. Lo digo así, sin concederle si quiera los cien días ... de rigor y asumiendo que no siempre aciertas en las primeras impresiones, así que espero no tener que tragarme esta columna. Pero me gusta. Me gusta la gente a la que se le entiende cuando habla, que no evita ningún titular y que prefiere la calle al púlpito. Hasta aquí, mi visión como periodista. Me gustan más los pastores que los príncipes, que el mensaje llegue más allá de la misa de doce y que me hagan sentir parte de esto independientemente de las (muchas) curvas que me hayan alejado del camino. Hasta aquí, mi visión como católica.
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Insisto en que no sé qué le parecerá a ustedes, pero creo en la eficacia de los mensajes que integran a todos y en la estrategia ésa -ya sea en la Iglesia, en una empresa o en tu propia familia- que consiste en poder hablar de todos asuntos sin que se abra un cráter bajo tus pies. Lo fácil para Satué, quizás, hubiera sido esperar unos meses hasta conocer un poco más cómo respira la ciudad, sus tradiciones y esa forma tan del sur de entender la fe y el fervor; pero en lugar de eso ha decidido empezar, al menos, por lo verdaderamente importante: el mensaje universal. De nuevo como periodista -aleluya-, hacía años que un obispo no concedía una entrevista a un medio de comunicación; y menos aún que entrara, sin complejos, en los temas espinosos: la inmigración, creer en la iglesia pero no en los curas, los casos de abusos, los homosexuales, los divorciados o el papel de la Iglesia como mediador no siempre cómodo en un mundo que se nos desmorona.
Pensaba en ese mensaje integrador al leer la fantástica entrevista que hace unos días le hizo al nuevo obispo mi compañero Jesús Hinojosa, pero también en la necesidad de aplicar esa fórmula no sólo hacia fuera. También de puertas adentro. Y lo pensaba al hilo de ese 'boom' que constituyen los retiros de Bartimeo, Emaús o Effetá. Probablemente haya escuchado hablar de ellos: sales de tu casa un viernes y el domingo regresas convertido en otra persona. Los del otro lado no tenemos más detalles porque está terminantemente prohibido que se hable de lo que pasa allí. Vaya por delante que no tengo nada en contra de estos encuentros -cada uno busca la fe de la forma que quiere, y sobre todo, que puede-, pero estoy más cerca de la reflexión que me compartía un amigo sacerdote hace unas semanas: «Daré valor a estos movimientos cuando también acepten a chicos de La Palmilla o la Cruz Verde». Y en esa otra manera de ver las cosas desde dentro, sólo me falta decir una cosa: amén.
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