La naturaleza
La madre naturaleza y la humana. La tragedia y la resistencia. La grandeza y la miseria. De todo se ha visto y se está viendo ... en Valencia. Las catástrofes como una radiografía de la condición humana. Los que sufren la desolación, los que tratan de paliarla y los que se aprovechan de ella. Se daban las primeras cifras de ahogados y ya estaban las aves de rapiña saqueando joyerías, supermercados. Las tiendas de los muertos. Colgaban de los cables desde los helicópteros los salvadores de vidas y ya estaban especulando con la rentabilidad política del desastre en algunos despachos.
Publicidad
Dicen que es así en las guerras. La jauría que aprovecha el caos y el anonimato y quienes en medio del desconcierto siguen manteniendo a flote la dignidad y arriesgan lo suyo en beneficio del otro. Así es en las guerras y en todo lo humano. En lo menor, donde el avaro sisa y el generoso da, y en lo mayor, donde los precios son mucho más altos. El precio de la vida humana y el del crimen. Por suerte, gana en número esa larguísima cadena de voluntarios que llega a Valencia a la recua de miserables que aprovechan la desgracia para lucrarse. Sea económica o políticamente. Tiempo habrá de medir los actos políticos. Esa miserable votación sobre el consejo de RTVE mientras la suma de víctimas seguía su siniestra escalada. La tardanza en movilizar efectivos del Ejército. La tacañería verbal de Núñez Feijóo descolocando a su correligionario Mazón.
La madre naturaleza tiene una clara vocación de madrastra, de aquellas de los cuentos infantiles. Esas que acumulan el rencor y de pronto lo sueltan cruelmente en forma de veneno. El maquillaje de la naturaleza es perfecto. Los grandes lagos, los bosques vistos desde el aire como un inmenso manto de terciopelo, el prodigio de las auroras boreales imitando un viaje alucinógeno. La calma de un atardecer veraniego en el Mediterráneo. Todo lo que en un instante la naturaleza es capaz de transformar en una sucursal del infierno. Ayudada por sus indispensables colaboradores, esos que contribuyen a que el infierno sea todavía un poco más sórdido. Uno está con Albert Camus cuando se inclinaba por reconocer que hay más de positivo en el ser humano que en la balanza de lo siniestro. Y así se está demostrando en Valencia, con agricultores arrastrando con sus tractores vehículos para despejar el lodazal de las calles, jóvenes distribuyendo alimentos y bomberos trabajando a destajo en sótanos y garajes convertidos en morgues. Cada uno de ellos desmintiendo el lado oscuro de la naturaleza humana. Esa que, desde los arrabales de la política, apenas ha comenzado a esbozar su trabajo.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión