Las mujeres son menos corruptas
Estudios defienden que ellas son más altruistas, aversas al riesgo y, sobre todo, que no participan de las redes clientelares en las que se gestan las tramas
Estas líneas son un poco arriesgadas. Pero quieren ir a la norma, a las prácticas generales, no a casos individuales. Y comienzan con algo provocador ... que alguien escribió en Bluesky, la red social en la que se han refugiado los huidos de la X de Elon Musk: «Si en todos esos puestos, en lugar de tipos graciosos hubieran estado señoras empollonas y un poco sositas como Mónica García, Calviño, Ribera, la que sea, nada de esto hubiera ocurrido». O Andrea Fernández y Adriana Lastra, defenestradas -«purgadas» es otro término con que se refieren a la operación que sufrieron- por Cerdán. Para empezar, es prácticamente un hecho que al menos no hubiéramos tenido que castigarnos los oídos y los ojos al escuchar o leer los términos en los que esos señores, José Luis Ábalos, Santos Cerdán y Koldo García, se refieren a las mujeres.
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Alrededor de estos casos de corrupción, del cobro de comisiones a cambio de concesiones de contratos públicos, es fácil construir la imagen mental de la antigua, casposa, pero al parecer y por desgracia todavía contemporánea escenografía: reservados de restaurantes, copazos, humo de puro, conversaciones asquerosas sobre señoras y mercadeo con ellas, fajos de billetes, risotadas... El escenario que se nos aparece también puede ser el palco de un campo de fútbol o de una plaza de toros, cacerías, monterías... Todos ellos muy masculinos, muy para graciosetes y listillos. Poco parece que ha cambiado España desde los retratos que le hacía Berlanga.
No parece gratuito, por tanto, pensar que mujeres al mando correlacionan bien con menores niveles de corrupción. Además, se trata de algo que se ha estudiado mucho. Se puede 'googlear' por curiosidad «women and corruption» y aparecen multitud de artículos académicos sobre la cuestión. Por ejemplo, la investigadora Ortrun Merkle, en un 'paper' publicado por la Fundación Westminster por la Democracia, constata que la mayoría de las investigaciones sobre la materia en lo que se centran es en el hecho de que a más mujeres en política menos corrupción. Y lanza algunas hipótesis con que se trabaja: las mujeres tienen menos probabilidades de involucrarse en actividades corruptas, ellas tienden más a sacrificar ganancias personales por el bien común y también tienen mayor aversión al riesgo. Otros dos investigadores, Chandan Jha y Sudipta Sarangi, agregan otras pautas en línea con éstas: ellas son más sensibles y menos permisivas con la desigualdad, tienden más a la cooperación y son más altruistas.
Capital 'homosocial'
A ello se suma otro argumento que aporta Merkle, quizás mucho más importante y menos esencialista: las mujeres tienen menos acceso a los lugares en los que es posible la corrupción, ocupan menos posiciones de poder y no pertenecen a las redes clientelares con que se tejen las tramas, porque, dice, la corrupción descansa en gran medida sobre un capital 'homosocial', es decir, en la sociabilidad masculina, entre iguales hombres, donde las mujeres pocas veces tienen cabida, bien porque no se las admite, bien porque ellas no se sienten cómodas en ese ambiente -aunque siempre hay alguna que sí, que emula o quiere emular los comportamientos de los hombres con poder-.
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Las investigaciones señalan que los votantes se olvidan más fácilmente de los errores que comete un hombre; así que como el castigo que espera una mujer es mayor, se cuida más de meter la pata
Además, la investigadora Merkle aporta otro ingrediente no menor para el caso de las mujeres con cargos de designación popular: en general, los votantes se olvidan más fácilmente de los errores que comete un hombre; así que como el castigo que espera una mujer es mayor, se cuida más de meter la pata.
El Banco Mundial también ha prestado atención a la cuestión. Y, por ejemplo, señala -y es también importante para analizar el caso que nos ocupa- que las empresas gestionadas por mujeres son menos tendentes a pagar sobornos. Ello, analiza, no porque ellas tiendan a confrontar más con estas prácticas o porque se nieguen a recibir contrapartidas, sino simplemente porque no forman parte de los grupos sociales en que se cuece la corrupción. Los hombres, delante de las mujeres, de ciertos asuntos no hablan. Respecto a según qué cosas, no cuentan con las mujeres. O, en otras palabras, en las del Banco Mundial, las normas sociales de los grupos que incurren en actividades ilegales o de dudosa legalidad descansan en el secreto y la predictibilidad. Y la predictibilidad, a su vez, se basa en códigos de comportamiento que están muy marcados por el género.
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Todo esto, por lo tanto, no responde a una presunta naturaleza femenina angelical, mariana, bondadosa, en la que no cabe la malicia, no. Es una construcción social: simplificando, por un lado, las mujeres han sido durante siglos responsables del bienestar de todos los demás, y, por otro, no han sido consideradas como iguales por los varones, así que de ciertas prácticas, de según qué tejemanejes, reuniones, formas de socializar, se encuentran todavía -y podríamos decir también que por fortuna- mayoritariamente ajenas.
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