Mikel Casal
El foco

La minoría no amante de los perros

Domingo, 25 de junio 2023, 02:00

Me acuerdo bien de las amigas que, de adolescentes, entraban en casa y pedían que encerráramos al perro. No les gustaban y eso que nunca ... tuvimos perros de razas peligrosas. Se asustaban. Daba igual que les dijéramos que no hacían nada, que eran cariñosos, que sólo querían jugar. Insistían, sólo una vez, en que no querían estar cerca de ellos y nosotros por supuesto que accedíamos a su petición. Sólo había que mirarles la cara para darse cuenta de que, efectivamente, estaban incómodas. Esas personas existen, tienen todo el derecho a sentirse así y en su contra juega que no han montado ningún partido o asociación y, cada vez más, se sienten incomprendidas y no alcanzan a entender cómo es posible que se les imponga la presencia de perros en cada vez más tiendas, por ejemplo. Además, perciben que se les trata con cierta superioridad moral. Nadie puede ser buena persona si no le gustan los perros. ¿Los niños? Ah, eso es otra cosa, como pude comprobar en el tren el otro día, cuando las risotadas gozosas de niños pequeños sólo encontraban los resoplidos resignados de dos parejas de veinteañeros que, sin embargo, llevaban un buen rato hablando con entusiasmo de la vida con los perros.

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Son tiempos raros los nuestros. Te puedes encontrar por las redes con la satisfacción de algún político que anuncia que los perros podrán entrar en edificios oficiales de la Junta de Andalucía y, sin embargo, los humanos no conseguimos acceder sin cita previa a los servicios que albergan. Estamos todo el santo día dando la vara con la necesidad de empatizar y cada vez se arrincona más a los que no comparten nuestros gustos y aficiones, a los que apartamos, además, con criterios morales. Hasta que, por ejemplo, conoces a una madre de acogida de dos adolescentes a los que sacó de un centro y te cuenta cómo les duele cuando sus ya hijos adoptados ven anuncios y campañas de las protectoras de perros y, sin embargo, apenas se ven para animar a las familias a darles un hogar a los niños institucionalizados. Y estamos en récord. El otro día ruló por chats de guasap un mensaje de Hogar Abierto en el que pedían ayuda urgente para acoger a unos trillizos pequeños que habían ingresado en un centro. Hay recomendaciones internacionales que insisten en que no haya niños pequeños institucionalizados, deben estar en familias, y se están incumpliendo. No parece importar a nadie porque es un asunto que da pocos votos. Ahora, los perros... ahí existe un filón electoral. Vamos a ponerles playas, parques y que entren en edificios oficiales. Si por un casual te ves en una cola al lado de un pitbull y te sientes incómoda, es tu problema. Ve al psicólogo. Toma un ansiolítico. La normativa, además, no se va a poner a distinguir por razas que incluso hay quien mantiene que se ha estigmatizado a las supuestamente peligrosas sin argumentos suficientes. Así que, nada, tan a gusto en el ascensor con uno de ellos y no se le ocurra a usted sugerir que está asustado.

O en el autobús. Ya hay varias ciudades que permiten a los perros de más de 10 kilos que se suban en los autobuses de línea. En Málaga, la última vez que se propuso, se rechazó. Pero seguro que se insiste. Se puede dar la situación de ver a perros grandes allí y que algún maleducado no haya cedido su asiento a personas mayores. Mientras, en plazas céntricas, se colocan carteles oficiales en los que se advierte que los niños no pueden jugar a la pelota, pese a vivir en sitios como el centro histórico en el que apenas cuentan con instalaciones deportivas. A lo mejor somos muy raros a los que nos gusta escuchar el bullicio de un juego infantil o incluso lanzar de nuevo la pelota al partidillo improvisado cuando se escapa donde no debe. Luego leemos artículos nostálgicos que recuerdan aquellas ciudades con niños jugando en la calle mientras no queremos que los actuales nos molesten si estamos con la caña en una terraza. Podemos ser de los que se espantan comentando un escrito sobre lo pernicioso del abuso de las pantallas y los niños y que estemos encantados de lo calladitos que están en la mesa de al lado cuando los padres les enchufan el móvil para que dejen de dar la tabarra.

El verano pasado, una amiga pidió al dueño de un perro que no se acercara a sus hijos pequeños en la playa, que se asustaban. Se atrevió a decir: «Es que no les gustan los perros». El propietario le espetó: «A mí no me gustan tus hijos». Así estamos. Pueden llegar a sentirse incluso moralmente superiores, si son de los que compran un periodismo que les cuenta que tener hijos contamina, por ejemplo, y no es nada eficaz para la lucha contra el cambio climático, como venía en un periódico inglés hace unos días.

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Cada vez más, los tratan como a personas. Les hablan como si les entendieran en profundidad, les llevan en carritos y, luego, se sorprenden si atisban en ellos actitudes animales. Porque yo he tenido perros que se han comido a tiernos patitos y he visto cómo el de un vecino se comía y destrozaba al gato maltés de otro. He comprobado lo pacientes que pueden ser acorralando a pájaros lesionados con el firme propósito de matarlos. Son perros. Y bien está. Aunque ahora parece ser que hay una corriente animalista que quiere acabar con todos los depredadores de la naturaleza porque no soporta el pensamiento de que haya una especie que se alimente de otra, previo asesinato.

Me gustan los perros. Me gustan incluso los perros de raza y últimamente siento predilección por los terriers galeses. Están mal vistos, porque sólo cabe adoptar de una protectora. Da igual que haya razas que estén en listas de peligro de extinción.

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Y a no suficiente gente parece importarle que haya más niños con problemas en centros que presos en las cárceles españolas.

Sigo siendo amiga de aquellas adolescentes que se asustaban con los perros en casa. Son estupendas. Buenas personas, diría yo. No se han organizado en ningún partido, pero han hecho una asociación. Así, no hay manera de que se les escuche. No dan votos, pero existen. Y, como diría cualquier cursi, empaticen con ellas. Habrá que visibilizarlas. Son una minoría discriminada.

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