El suelo de la vida a veces se llena de ceniza. Se levanta la prohibición del baño en Sacaba Beach después de acoger una historia ... que quedará escrita en los anales de la ciudad desde que hace justo una semana se rompiera una tubería de aguas fecales durante el transcurso de una obra. Todos nos equivocamos, pero solo para unos pocos un error de cálculo puede desembocar en semejante cantidad de mierda.
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Siento especial orgullo en la celeridad en la que se ha vuelto a ondear la bandera verde, sólo una semana del inicio de estos acontecimientos, considerando que las aguas residuales de unos 22.000 vecinos se estuvieron despachando durante cuatro días tal y como vinieron a este mundo, y a 300 metros de la playa. El Mediterráneo tiene unas tragaderas inconmensurables. Los que viven en ciudad no suelen preguntarse adónde van a parar sus excrementos.
Pese a lo involuntario de esta 'performance', sería menester que se hiciera todo lo posible para que ningún vecino tenga que verse en las mismas tesituras que nuestro héroe de hoy: «Estuve tres cuartos de hora con mierda hasta la cintura», nos ha dicho un afectado, regalándonos sin saberlo la que esperamos que sea la imagen más asquerosa del año, al menos en nuestra provincia.
A este señor, y a más vecinos como él, hay que indemnizarles no ya por el coste de los vehículos, que en este caso suman 42 años entre los dos, sino en las posibles consecuencias emocionales que, al menos para mí, habría conllevado el suceso, un posible trauma que no se despegaría de mí hasta dar con un buen psicoanalista, pero ya dentro de muchos años, en mi decrepitud. Emociona comprobar cuánto queremos a nuestros coches. No importa lo antiguos que sean o, mejor: cuanto más antiguos, más cariño se les coge. Con todo, no sé si el mío merece mi nado en esta piscina negra, el chapoteo entre toallitas y excrementos en un baño que, recordemos, contó con una duración de tres cuartos de hora, por lo menos.
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El hecho de que a Sacaba no llegue el autobús añade dramatismo a la secuencia, como si hubiera un empeño divino en someter a estos vecinos a una forma más o menos sutil de incomunicación. El acto tuvo lugar en un distrito que presenta el surrealismo malagueño en su mismo título y en su orografía, con bloques de edificios que parecen sacados de la zona exsoviética de Berlín, perpendiculares a la costa, al lado de la nada, en un paraje remoto que dentro de poco será punto de encuentro de propietarios de pisos de tres millones de euros, con espléndidas cañerías.
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