Una de memoria
Imaginen la escena. 16 de diciembre de 1900. Dique de Levante. Al filo del mediodía, un imponente temporal de Levante engulle en apenas unos minutos ... a la invencible Gneisenau, una fragata alemana que justo en ese momento hacía maniobras a unas pocas millas de la costa, casi al abrigo del Puerto, convencida de que las malas previsiones meteorológicas no podrían con ella. No era la primera vez, no tenía por qué pasar nada, se dijo su capitán. El naufragio se lo llevó por delante, a él y a otros 40 hombres. El espanto se vivió en directo desde la primera línea de Puerto y del incipiente Parque de Málaga, esa franja de terreno que ganamos al mar a principios del siglo XX hasta que el mar nos ganó a nosotros. Al menos, aquella mañana.
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No es el arranque de una serie de Netflix, aunque podría serlo unido a todo lo que vino después. Aquello ocurrió y es parte de nuestra historia, y viene a cuento porque en unas semanas se cumple el 125 aniversario de aquel capítulo que quedó escrito a fuego en el ADN de la ciudad. Viene a cuento porque tenemos una ocasión fabulosa para recordarlo a través de la completa agenda de actos, conmemoraciones, conciertos y conferencias que ha organizado un grupo de valientes que no olvidan y viene a cuento, en fin, porque conocer las cosas del pasado nos protege de los errores y las dudas en el presente y, sobre todo, en el futuro.
Porque conocer la historia de este naufragio es saber, también, que la respuesta de la ciudad y de cientos de malagueños que se tiraron al agua, aportaron mantas o víveres o directamente cedieron sus casas para acoger a los supervivientes, está recogida en nuestro escudo, que desde entonces luce el título de 'Muy Hospitalaria'. Es saber que el vínculo y la gratitud de Alemania por aquel comportamiento ejemplar fue devuelto unos años después, en 1907, cuando éramos nosotros los que nos ahogábamos en la famosa 'riá' y los alemanes tendieron puentes, literal, y nos regalaron el que cruza a Santo Domingo. Es saber que las víctimas de ese naufragio, 41 en total, están enterradas en el Cementerio Inglés, donde se esconden otras cientos de historias grandes y pequeñas que nos han convertido en lo que somos. Por ejemplo, la de Robert Boyd, el joven militar irlandés que siguió a ciegas al general Torrijos y que acabó fusilado, con el resto del grupo, en las playas de San Andrés; pero que no pudo ser enterrado con ellos en la plaza de la Merced porque en aquella época -ay- ser de otra religión no merecía el descanso en suelo católico. Y tantas y tantas otras. Conocerlas, y sobre todo honrarlas, tendría que ser casi un deber ciudadano. Así que, anímense, empecemos por el aniversario de este naufragio antes de que la historia nos trague a nosotros.
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