Marruecos, el vecino incómodo

Miércoles, 3 de septiembre 2025, 02:00

España y Marruecos además de la vecindad lo comparten casi todo, excepto la confianza recíproca. Los intereses económicos sustentan unas buenas relaciones diplomáticas, aunque agitadas ... con frecuencia por diferencias con raíces históricas y ambiciones territoriales ya inasumibles. La realidad ofrece muchos datos que demuestran hasta qué punto el pragmatismo de ambas partes ofrece unos resultados realmente excepcionales entre dos países limítrofes. En España residen legalmente un millón de marroquíes, que contribuyen con su trabajo en diferentes actividades y envían a sus familiares cantidades importantes de euros que indirectamente se convierten en una fuente de divisa para el Gobierno. Mientras tanto, en Marruecos se hallan instaladas cerca de un millar de empresas españolas que crean puestos de trabajo y contribuyen con sus cargas fiscales al presupuesto del país.

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Puestos a recoger ejemplos del interés común cabe añadir que la tercera parte de las frutas y verduras que se consumen en España proceden de Marruecos y algunas veces sin cumplir las exigencias sanitarias. Hay otro dato importante y es que son marroquíes la mayor parte de los extranjeros que cruzan el Estrecho para cursar sus estudios superiores en Universidades españoles, en su mayor parte andaluzas. Hay otro dato oficioso y contradictorio de apreciación social que asegura que España es el país más odiado por el grueso de los marroquíes y, al mismo tiempo, al que más personas desean e intentan emigrar. Para tratar de entender estas incongruencias es evidente que es la historia y la tradición de considerar a España y a los españoles como enemigos la que sigue marcando.

No hace falta retrotraerse a los años del Protectorado, que dejó tan malos recuerdos de la opresión militar que ejerció la dictadura franquista y se prolongó hasta que la presión internacional forzó la entrega del poder al nuevo Marruecos independiente. España cedió, pero manteniendo dos reductos bajo su control que todavía continúan condicionando las relaciones: el territorio de Sidi Ifni y el Sahara. Oficialmente España abandonó la colonia, pero mantuvo la soberanía que el presidente Sánchez cedió a Marruecos sin ninguna compensación conocida.

Lejos de valorar esa cesión, Marruecos considera que no es suficiente y sigue desestabilizando las relaciones de buena vecindad reivindicando la anexión de Ceuta y Melilla, las dos ciudades que España defiende con todos los argumentos que aporta el Comité de Descolonización de la ONU para determinar una situación colonial. El idioma, la etnia, la cultura y la religión demuestran que se trata de territorios españoles pese a estar en el continente africano. La tensión larvada y el recuerdo de la Marcha verde continúan empañando una amistad que se mantiene incómoda.

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