No al Mundial 2030: entre el deseo y la sensatez
Lo malo no es que la ciudad deje de albergar unos cuantos partidos mundialistas sino que el proyecto de una nueva Rosaleda se quede en el olvido
Se veía venir. Y se venía también barruntando desde hace días. El alcalde de Málaga, Paco de la Torre, anunció ayer que Málaga renuncia a ... ser sede del Mundial de Fútbol 2030. Que la ciudad deje pasar la posibilidad de albergar unos cuantos partidos mundialistas es una pena, pero no es realmente lo importante. Lo realmente trascendente es que ser sede del Mundial significaba la herramienta y la excusa perfecta para afrontar una profunda remodelación del estadio de La Rosaleda, actualmente obsoleto y absolutamente insuficiente para una provincia de la dimensión de Málaga.
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Este era el motivo por el que las tres instituciones implicadas –Junta de Andalucía, Ayuntamiento de Málaga y Diputación Provincial– se empeñaron en afrontar este proyecto sobre el que se cernían muchas dudas desde el primer minuto. De hecho, allá por el mes de marzo, escribía en esta misma página: «Pensar en una nueva Rosaleda en otros terrenos y dedicar el espacio actual para viviendas –que además financiarían el nuevo estadio– no parece descabellado, más allá de que habría que renunciar a ser sede del Mundial. La cuestión es que uno no puede encabezonarse y mucho menos ser preso de las prisas o los miedos al qué dirán». Y esto se escribía teniendo la información de que a esas alturas no se tenía aún definido qué remodelación se quería hacer y qué estadio provisional se le ofrecería al Málaga C. F. para jugar sus partidos mientras se acometían las obras.
¿Qué ha pasado realmente? Pues la gota que ha colmado el vaso es la imposibilidad de ofrecerle al Málaga C. F. un estadio provisional con 25.000 asientos. La configuración de los terrenos del estadio de atletismo –por su inestabilidad por la aguas marinas subterráneas– imposibilitaban una obra de tal magnitud. El problema de la movilidad era solucionable y no era definitivo. Y la opción de un estadio prefabricado como el de Zaragoza tampoco era posible porque, al contrario del terreno en la ciudad aragonesa, Málaga no dispone de un suelo similar, con accesos, acometidas de servicios y urbanizado, cuyos permisos hubieran exigido plazos más allá del Mundial. El urbanismo es así.
Es verdad que en este asunto el Málaga C. F. ha jugado con varias barajas y no ha ayudado, quizá por el miedo a que en estos dos años su proyecto deportivo se hundiese. De hecho, tenían el compromiso de ser compensados económicamente por ese aforo reducido de poco más de 12.000 asientos. Que el alcalde implique a las peñas malaguistas en este asunto que trasciende a lo deportivo demuestra hasta qué punto estaba perdido.
Respecto al proyecto de remodelación de la Rosaleda, es verdad que tampoco había nada claro y el alcalde cambió de opciones en varias ocasiones, sobre todo después de que todas sus gestiones con empresas privadas resultaran infructuosas. De haberse llevado a cabo el proyecto mundialista, Málaga no habría tenido el estadio de fútbol que merece.
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Teniendo en cuenta cómo estaba la cosa, esta renuncia es lo más sensato que se podía hacer por mucho que duela o por el impacto internacional que pueda tener. Estos cinco años hasta 2030 hubieran sido un calvario y con muchas posibilidades de terminar en estrépito. Eso no implica que sea un traspiés histórico cuyas consecuencias están aún por ver.
Si todas las instituciones están de verdad implicadas en este proyecto, en los próximos días debería haber un compromiso público para acometer la nueva Rosaleda y diseñar un estadio adaptado a estos tiempos y a las necesidades de esta provincia.
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Esto que ha ocurrido debe ser una enseñanza para todos, en el sentido de que cuando se acomete un proyecto de tanta trascendencia hay que tener decisión y planificación, sin esa sensación de indefinición que tanto caracteriza a esta ciudad en los últimos años.
Debería hacernos pensar a todos por qué en esta Málaga nuestra todos los grandes proyectos encallan durante su desarrollo en los últimos años y por los motivos más variopintos. Unas veces por la falta de colaboración entre instituciones, otras por la lentitud de la burocracia y otra por la participación de ciudadanos que se sienten afectados. Todos, unos y otros, pueden tener sus razones, pero es un asunto para reflexionar.
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Me vienen a la memoria, además de esta renuncia al Mundial 2030, ideas como el Auditorio, las torres de Repsol y el Bosque Urbano, la torre del Puerto en el Dique de Levante, la EDAR Norte en la Vega de Mestanza, el Plan Litoral y otros tantos. Sin olvidar la fallida capitalidad cultural o la derrota en la Expo Internacional de 2027.
Uno se pregunta por qué cuesta tanto ahora que grandes proyectos salgan adelante y lo hagan con consenso e ilusión colectiva. Nunca se puede contentar a todo el mundo todo el tiempo. Cuando se afrontan ideas de tanta magnitud y tan relevantes para el interés general hace falta decisión, liderazgo y determinación, porque es imposible estar de pie y sentado al mismo tiempo.
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