Cóctel económico letal
El sistema actual, basado en una deuda pública galopante, recursos limitados y una presión fiscal insostenible, tiene síntomas de agotamiento que los políticos, preocupados de sus cosas, no quieren ver
Mientras los políticos, sobre todo en Madrid, andan a sus cosas, con sus argumentarios, broncas y chascarrillos que poco o nada interesan a los ciudadanos, ... la vida sigue adelante enredada en un sistema diabólico que empieza a dar señales de alarma. Es un cóctel económico perverso que los gestores públicos se resisten a reconocer, como esos nuevos ricos para los que no hay un mañana y que se pulen todo el dinero en fiestas, aviones privados y comilonas. Y algunas cosas más.
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El ciudadano de a pie, víctima de todos ellos, anda perdido en un laberinto del que se desconocen las salidas. Lejos de lo que se cuece cada día en el Congreso de los Diputados en Madrid, al malagueño, por ejemplo, le preocupan las extraordinarias dificultades para acceder a una vivienda, cuyo precio ha alcanzado en el último año su máximo histórico. Desesperados están muchos de los que necesitan alquilar una casa o que aspiran a comprarla. Y claro, muchos buscan un culpable, alguien o algo al que hacerle todos los reproches, como si eso fuese posible.
También aquí son cientos de miles los que tienen que soportar las interminables ratoneras en las que se han convertido los accesos a la ciudad. Y esas insufribles caravanas mañaneras dan mucho tiempo para pensar, sobre todo en la precariedad de los salarios y la subida de los precios. Llegar a fin de mes es, para muchos, un gesto heroico que, sobre todo, consume mucha energía en la cabeza. Aquellos que no lo han vivido nunca podrán calibrar la ansiedad, la frustración y la rabia de contar hasta el último céntimo. Incluso aquellos que no tienes.
Aquí también se buscan culpables y esa rabia se vuelca en todo aquello que, con razón o sin ella, afecta, incomoda o, simplemente, no gusta. Y muchas veces con argumentos irracionales, construyendo una realidad que, aunque no sea cierta, es la suya. Y con eso basta. Son sus demonios.
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El arrendador, el jefe, el empresario, el turista, el diferente, el migrante o el vecino se convierten, de pronto, en enemigos. Y eso puede tener consecuencias devastadoras.
Reconozco mi tristeza, y también preocupación, cuando leí los comentarios a la noticia del desembarco de una treintena de migrantres en una playa de Nerja. Todas, salvo un par de excepciones, eran reacciones negativas, muchas agrias y algunas destilando odio. Una demostración en tiempo real del dato ofrecido por el último CIS: la migración se ha con vertido en el problema que más preocupa a los españoles. Y eso no es para tomárselo a broma.
Cuando uno se asoma a la ventana parlamentaria del Congreso y ve lo que ve se inquieta mucho más, porque no detecta a nadie capaz de reconocer y analizar todos estos problemas y de ponerse manos a la obra.
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Por si fuera poco, estamos asentados en un sistema económico letal que nos ofrece síntomas de agotamiento que sus señorías prefieren ignorar. La deuda pública, que en España alcanzó en 2023 el 107,7 por ciento del PIB, es una espada de Damocles que los países gestionan en un alarde de inconsciencia. Y eso que con la subida de los precios y la presión fiscal el Estado lleva años incrementando su recaudación. Es decir, ingresan más –a costa de los ciudadanos y las empresas– y gastan mucho más. Imagine que a usted le suben el sueldo cada año un 15 por ciento pero cada vez se endeuda más. De locos. Es verdad que la deuda pública no está en el 120 por ciento como en 2020 –efecto de la pandemia– pero es que hace 20 años estaba en el 47,70 del PIB. El hecho de que Grecia, Italia o Francia tengan una deuda superior no debe ser un consuelo.
Habrá quien piense que estas cifras macro no le afectan, pero debiera estar atento porque todo eso habrá que pagarlo de alguna u otra forma y por arte de magia el dinero saldrá de su bolsillo, por muy agujereado que usted lo vea.
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Todos esos miles de millones que va a costar el acuerdo con ERC para el cupo catalán y esa lluvia de euros con la que Pedro Sánchez quiere regar a todas las comunidades autónomas para seguir en la Moncloa no tenga la menor duda de que los pagamos todos nosotros. Y llegará el día, después del resacón de la condonación de las deudas a las regiones, que un listo dirá que hay que subir los impuestos. Porque alguien –dirán– tendrá que pagar esta fiesta.
Saldrán diciendo que hay que subir los impuestos a los ricos pero cuando usted lleve 50 minutos en la caravana dándole vueltas a la cabeza como cada mañana se dará cuenta de que ese al que ellos llaman rico es usted. Sí, usted. Porque a la hora de los impuestos siempre pagan el pato los mismos.
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