La maleta
El viaje comienza cuando se elige el destino. Ya no estoy aquí, la imaginación vuela hacia Mongolia antes del despegue del avión
Hoy he dejado la maleta abierta encima de la silla de la habitación. No voy a ningún sitio porque no se puede viajar tranquilamente, pero ... no pierdo la ilusión. Desde hace años, me gusta salir de viaje en Navidad. Ahora doy vueltas a la esfera del mundo que ilumina el cuarto, cierro los ojos y detengo la Tierra con el dedo índice. Se trata de buscar un destino elegido al azar. El dedo marca un punto en medio del Océano Pacífico. Lo intento de nuevo y señala Mongolia. Inmediatamente consulto el tiempo que hace por allí y descubro que diciembre es uno de los meses con el peor clima para visitar el país. Ya decidiré qué llevo de equipaje, no quiero quedarme helado. Hace un par de años pasé la Nochevieja en el Mar Muerto y el año pasado lo hice en el camarote de un barco anclado en el río Danubio, en Budapest. Cuando despedí el año en el Mar Muerto fue un entierro divertido, tampoco olvido aquel bello amanecer.
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La maleta vacía significa para mí una tentación constante. Me plantea un dilema, ¿qué elegir? La inmensa y profunda superficie del Pacífico o Mongolia, ¡he ahí la cuestión! Elijo las temperaturas extremas de Mongolia y dejo el pasaporte en el interior de la maleta para no olvidarlo. Me atraen los desiertos. Me apetece enterrar el 2020 y recibir el nuevo año en el desierto del Gobi. Sin apenas darme cuenta ya he iniciado el viaje y empiezo a desconectar de la realidad. El viaje comienza cuando se elige el destino. Ya no estoy aquí, la imaginación vuela hacia Mongolia antes del despegue del avión. La maleta permanece abierta para guardar cualquier prenda u objeto que considero imprescindible. Este año tengo más ganas que nunca de viajar, como si los viajes consiguieran apartarnos de la tristeza. Una huida hacia delante. Dicen que partir es morir un poco, sin embargo yo siento que me devuelve la vida. Partir es volver a nacer.
Tal vez, al final, no vaya a ningún lugar, pero al menos pienso en otra cosa durante este prolongado tiempo de silencio. Yo sigo haciéndome ilusiones y la maleta también. A ella no le gusta estar encerrada en el altillo del armario con las cajas de fotos antiguas, sin duda prefiere continuar abierta sobre la silla de la habitación. Al verla por las mañanas me alegra la vida. Por eso he decidido mantenerla siempre en el mismo sitio, incluso cuando regresemos de Mongolia y todavía mantenga en su interior el polvo del desierto que cubre a los fósiles. Queda menos de una semana y todavía no he comprado los billetes de avión, aunque la maleta viene conmigo en cabina. Mañana compraré el pasaje y un mapa del desierto. No sé cuándo regresaremos a casa, nunca saco billete de vuelta.
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