ILUSTRACIÓN: FELIP ARIZA

Málagas de ida y vuelta

EL FOCO ·

Qué difícil es el equilibrio entre el paletismo de pensar que todo lo de fuera es estupendo y su cara opuesta, ese «como aquí en ningún lado»

Domingo, 19 de febrero 2023, 10:59

Me vino como en un flash, aquella conversación con Vicente Granados, en una tarde gris, lluviosa, adecuada para nuestra común anglofilia: «Lo mejor de tener ... un aeropuerto internacional como el nuestro es poder escapar de vez en cuando». Lo decía alguien, profesor de Economía en la UMA durante décadas, nada sospechoso de desapego hacia una ciudad en la que había esbozado su primer plan estratégico. Se puede apreciar mucho Málaga y se puede sentir, de vez en cuando, una irrefrenable necesidad de darse un respiro, sobre todo cuando notas que la autocomplacencia con nosotros mismos, nos miran bien desde fuera, puede derivar en un ombliguismo cateto del que nunca hemos hecho gala. Era precisamente lo que nos distinguía de otros lugares. Qué difícil es el equilibrio entre el paletismo de pensar que todo lo de fuera es estupendo y su cara opuesta, ese «como aquí en ningún lado». Qué agradecimiento a esa exigencia familiar que nos decía que esa frase la podíamos decir sólo si habíamos podido comprobar cómo se vivía en otros lugares. Y pudimos. Comparamos. Algunos no han vuelto, claro, y se limitan a apreciarlo en vacaciones. Unos viven en la nostalgia de Málaga y a otros les basta beberla en pequeños sorbos de unos cuantos días al año.

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Otro flash. Esta vez de becaria en este periódico. Las risas de un jefe al saber que, a mi edad de entonces, 22, jamás hubiera pisado la procesión de la virgen del Carmen, que no supiera nada de su vinculación con Huelin, que no conociera la iglesia en el Perchel. No me avergoncé. Había vivido perfectamente en esta ciudad sin saberlo y sin tener unas irrefrenables ganas de solucionar esas lagunas de conocimiento. Mi Málaga era otra. Porque hay muchas. Un ventaja de esta ciudad. ¿Que luego sí me han intereasdo las costumbres y tradiciones? Cierto, porque la curiosidad cambia.

Hay otras tradiciones malagueñas que me interesan mucho más. La mezcla. Hay quien ve con inquietud que estén llegando tantos extranjeros, en un fenómeno que era mucho más propio de la Costa del Sol que de la que se decía su capital, aunque apenas nadie desde el aeropuerto pensara en pernoctar en ella, cuando el Málaga Palacio era un hotel rancio de tardes de toreo y no de gritos de seguidores de actores nacionales en las noches del Festival de Cine. Habiéndome educado en un colegio ciertamente extraño en Málaga, el Unamuno, con internado, supe desde pequeña de la existencia de lo que luego di en definir como «criatura de la Costa», niños con apellido español y extranjero. Criada en una urbanización de la periferia &ndashos aseguro que se puede vivir feliz más allá de los confines de la ciudad consolidada&ndash también los conocí allí, hijos de alemanas, de suecas. Los puristas dirán que aquellos fueron hijos desarraigados, otros contestaremos que es una riqueza indudable ser bilingüe y conocer dos culturas. De aquellas familias salieron ideas como las de fundar el Sunny View, el colegio británico más antiguo de la Costa, activo ahora importante para atraer a nómadas digitales con hijos.

Esa actitud malagueña, abierta a irse, encantada de recibir al de fuera, es quizás una de las ventajas que nos ven los que nos están descubriendo

Vuelvo al aeropuerto. A esa necesidad que tuve el otro día, después de una jornada inmersiva en la exaltación de lo más malagueño, de irme de excursión aunque solo fuera a ver la pantalla de salidas. Eso es malagueño también. Aquí nunca le hemos tenido miedo a largarnos. Nos sigue pasando. La Universidad de Málaga es un logro evidente en su 50 cumpleaños, pero sigue habiendo centenares de familias que, con recursos, mandan a sus hijos a estudiar fuera a que vean otras cosas. Tras las vacaciones de Navidad, en un vuelo a Edimburgo iban varios universitarios malagueños. Universitarios escoceses. En los colegios mayores de Madrid se sigue escuchando el acento malagueño. Ahora hay algunos que han descubierto Dinamarca, con matrículas muy baratas y clases en inglés.

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Esa actitud malagueña, abierta a irse, encantada de recibir al de fuera, es quizás una de las ventajas que nos ven los que nos están descubriendo. Esos miles de extranjeros que se van a quedar a vivir aquí, un hecho que desagrada a algunos, que ven cómo e mercado inmobiliario se dispara por la escasez de oferta y los sueldos locales no alcanzan para pagar pisos en los barrios en los que se han criado. Un evidente cuello de botella que tienen que arreglar las autoridades pero sabiendo que la solución no es poner un cartel en el aeropuerto en el que se pida a los foráneos que ni se les ocurra quedarse a vivir en Málaga.

Porque siempre nos ha ido muy bien cuando han llegado de fuera, lo que ha imposibilitado que nadie pueda decir que tiene ocho apellidos malagueños. Se vio claro en el siglo XIX. Cuando aquella burguesía salía de aquí, volvía con nuevas ideas. Así fue como Amalia Heredia decidió impulsar el primer colegio de niñas. De fuera vino también su afición por la arqueología y los jardines, un hobby tan inglés.

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Lo pensé el viernes, en la última escena. Salida de un concierto maravilloso de jazz en la sala del CAMM, en la calle Flauta Mágica. Tete Leal y Clara Ares consiguieron llenar la sala programando a Javier Colina y a Albert Sanz. Se escucha hablar en inglés, en la puerta. Entre el público, había varios extranjeros que han dado con este local en un polígono. Tete tiene planes musicales ambiciosos para Málaga y seguro que le viene bien contar con aliados de otros países donde el amor a la música está más arraigado. Él salió de una banda juvenil de música de barriada. Se fue. Volvió. Soñó con planes que, afortunadamente, está realizando.

Y eso es Málaga. De vez en cuando se te queda chica y otras veces, a algunos, les viene grande. El aeropuerto, como me explicó Vicente Granados, está ahí para cuando nos entre el agobio a unos y para proporcionar una ciudad alegre y confiada a los que nos están descubriendo. En una misma semana, dependiendo de quien maneje las esencias malaguistas, te pueden entrar ganas de irte o de quedarte.

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