Ya lo sabrán ustedes, que se flagelan cada miércoles con la lectura de estas columnillas. Por lo general, soy muy crítico con la tendencia negativa ... del malagueño medio en general –salvando honrosas excepciones, entre las que sé que muchos de ustedes se encuentran– frente a todo lo que suene a novedoso, diferente, que se ve más propio de otras ciudades (¿mejores?) y no de la nuestra. Nada que no sea más de lo mismo se ve con las condiciones para triunfar. Cortedad de miras, entendida como enfermedad crónica de esta tierra.
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Frente a la madrastra malagueña, que todo lo desdeña, este es uno de los mayores destinos de la inversión nacional e internacional en España, y entristece que fuera se vea como una Meca lo que aquí, a menudo se desmerece. Viene toda esta diatriba a propósito de un titular que publicamos hace unos días y que tuvo mucha repercusión, supongo que por el efecto de cortocircuito para esta corriente negacionista. Y fue que la marina de megayates del puerto de Málaga colgó durante unos días de marzo por primera vez el cartel de completo, cuando no había cumplido todavía ni dos años.
Ya se pueden imaginar que, como siempre pasa en esta bendita ciudad, los inicios no fueron fáciles para los promotores, un grupo en el que hay empresas españolas y malagueñas, junto a otra estadounidense. En buena hora se les ocurrió levantar una valla, y la opinión pública de las temibles redes sociales se les echó encima. Ya entonces, algunos pensamos (y contamos) que lo de la cerca blanca de diseño, a la que hubo que limarle algunos centímetros para aplacar los ánimos, era pecata minuta comparado con el impacto que tendría la altura de la borda de costado de los barcos de 100 metros de eslora. Así ha ocurrido en poco tiempo, y así será porque Málaga gusta cada día más para el turismo de lujo.
De manera que, si ahora en algunos momentos no se ve bien el Palmeral con la ciudad al fondo desde el muelle uno, eso es porque la marina está cada vez más llena de yates, que es justamente para lo que se diseñó y para lo que se han invertido un montón de millones. Y esto es justamente lo que muchos dijeron que jamás ocurriría. Nada nuevo bajo el sol de la capital de la Costa homónima, donde el metro y el AVE nunca iban a tener suficientes viajeros; donde la segunda pista del aeropuerto tampoco vería aviones; ni clientes en el exclusivo cinco estrellas gran lujo en el Miramar; ni sentido tendría una calle Larios sin coches... Nada, porque, lástima, ahora y siempre habrá muchos malagueños que no se terminan de creer Málaga.
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