Llanto por Kfar Aza

Setenta terroristas armados con kalashnikovs, machetes y granadas, portando la cinta verde de fidelidad a la yihad en sus frentes, burlaron las defensas de los asentamientos judíos y comenzaron a matar a inocentes con la ira del que sólo contiene odio en el corazón. En el kibutz Kfar Aza, los cobardes de Hamás, asesinaron a cuarenta niños indefensos. Junto a los cadáveres acribillados de sus madres y sus padres, aparecieron algunos de estos angelitos en el interior de sus cunas degollados, otros quemados. La masacre perpetrada por estos malnacidos no es otra cosa que un crimen contra la Humanidad. Asesinar a un niño indefenso es matar dos veces. Las injusticias existentes en el mundo nunca pueden usarse como pretexto para justificar ningún atentado terrorista. En los países menos desarrollados, la pretensión del terrorismo de actuar en nombre de los pobres y desheredados es una falsedad patente. Detrás de la barbarie, por mucho que se empeñen algunos, no hay un pueblo oprimido, sino una ideología, religión o fanatismo que aspira alcanzar el poder a través de la fuerza. Por eso el terrorismo y la violencia en general son recursos especialmente empleados o justificados por organizaciones y políticos extremistas que no pueden aspirar a alcanzar sus fines por caminos justos. El ejercicio del derecho de defensa contra el terrorismo constituye un deber moral para las sociedades que son atacadas sin misericordia alguna, como en este caso Israel.

Como escribió Lorca: «Yo quiero que me enseñen un llanto como un río, que tenga dulces nieblas y profundas orillas». Que en paz descansen.