Que tiemblen rectores y rectoras, decanos y decanas, profesores y profesoras, los diversos departamentos y las múltiples facultades. Y con razón. Esto no ha hecho ... sino empezar. Es una catástrofe, un seísmo, una calamidad. La guerra de los títulos y los currículos, como ya la llaman los historiadores de última generación, amenaza con destruir los fundamentos del sistema universitario. Y los causantes de la quemazón no son el fuego del saber ni el ardor del conocimiento. Eso no, eso nunca. No es fácil determinar, en tales casos, si es la educación superior la que se degrada por las conexiones viciadas con la política, o si es esta, por el contrario, la que se corrompe por su acercamiento interesado a la universidad.
Publicidad
Siglos de ignorancia e incultura se resuelven de un plumazo, con sello oficial y firma falsificada. Y si no te van los cambalaches ministeriales, tú mismo, nómbrate lo que te apetezca, tienes mucho donde elegir. Todo vale con tal de darte a valer. Grados o másteres no cursados, títulos y diplomas obtenidos ilegalmente, cátedras inexistentes, estudios imaginarios, profesiones irreales. La guillotina de la titulitis causa estragos en el falso prestigio de tantos cargos que se han colocado sin otro mérito que su militancia bovina o su fidelidad canina al líder de turno. Esa misma casta incompetente se encarga de gestionar el desastre de la España quemada.
Y así vamos. Todos los títulos están manchados. Todos los esfuerzos parecen baldíos. Todos los currículos suenan a ficción y las carreras son, como la de Aquiles y la tortuga, un empeño imposible. Es lo peor de la corrupción. Que infecta la realidad con las sospechas de fraude universal y confirma así el punto de vista de los mediocres y los golfos. No cabe, por tanto, pedir perdón, ni arrepentirse rasgándose las vestiduras o las venas. Hay que dimitir y exigir que los sucesores sean menos complacientes con la podredumbre.
Yo si fuera Sánchez solucionaría este problema nombrando graduados por decreto a todos los españoles mayores de edad. Así podría sentirse, por fin, a la altura de sus sueños de grandeza. El doctor entre los licenciados, o lo que es lo mismo, el rey tuerto en el reino de los ciegos. Y, por qué no, el gobernante feminista con parientes proxenetas y ministros puteros. Alegrémonos, pues, de vivir en un viejo país ineficiente donde las capacidades y los méritos de cada cual, como afirma la ministra de universidades, no deben medirse por un título de más o de menos. Gaudeamus igitur.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión