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SEBASTIÁN GÁMEZ MILLÁN. PROFESOR Y ESCRITOR
Jueves, 28 de diciembre 2023, 01:00
En 1991, cuando terminó de ejercer sus responsabilidades como ministro de Cultura, Jorge Semprún fue a despedirse de Juan Carlos I. Desconcertado, el Rey le ... preguntó luego al entonces presidente del gobierno: «Pero, ¿Semprún no es comunista...?» A lo que Felipe González respondió: «Semprún es antes que nada Semprún»... Se cumple el centenario del nacimiento del escritor, guionista, dramaturgo y político español Jorge Semprún (Madrid, 1923-París, 2011). Nieto del político Antonio Maura, a los 16 años se traslada junto con su familia a París. Miembro de la Resistencia bajo la ocupación alemana, es detenido, torturado y enviado al campo de concentración de Buchenwald.
Afiliado al Partido Comunista, tras su liberación participa con una intensa actividad clandestina en la que de pronto es Federico Sánchez, Rafael Artigas o Agustín Larrea, tal como recoge en 'Autobiografía de Federico Sánchez' (1977), con la que obtuvo el Premio Planeta al tiempo que ajustaba cuentas con su pensamiento del pasado y con el partido que lo expulsó, a la vez que detalla las actividades con las que se comprometió para derrocar el franquismo. La lectura de 'Relatos de Kolymá', de Varlam Shalamov, en 1969, donde advierte las inquietantes similitudes entre los gulag y los campos de concentración y exterminio nazi, le lleva a distanciarse del comunismo. A pesar de que «las vidas más hermosas, según Montaigne, son las que se sitúan dentro del modelo común y humano, con orden, pero sin milagro ni extravagancia», la vida de Semprún, tan aventurera, tan novelesca o cinematográfica, como si él mismo la hubiera escrito, no deja de admirarnos. Como otros supervivientes, le asaltaba a menudo las preguntas: «¿Por qué me salvé yo? ¿Por qué murieron ellos?» Y con ellas el sentimiento-pensamiento de culpa e injusticia. Transmutó sus vivencias en perdurables testimonios literarios, el más memorable de los cuales quizá sea 'La escritura o la vida' (1995), que gira en torno a la posibilidad-imposibilidad de representar el mal absoluto. Lo simboliza con el olor a carne humana quemada que espanta a los pájaros. Contra aquellos que defienden que hay fenómenos inefables, Semprún afirma que «siempre puede expresarse todo». Es cuestión de descubrir la forma artística adecuada.
Se diría que su obra se nutre de la historia y de la memoria. Mientras que la historia es, para expresarlo con Althusser, «un proceso sin sujeto ni fines», lo que significa, por un lado, que no la gobernamos, sino que más bien la padecemos, o por lo menos somos más víctimas que artífices de ella; y, por otro, que no está dirigida hacia un objetivo o plan, en contra de las filosofías de la historia de San Agustín, Hegel o el propio Marx. Pero la memoria, con la que recogemos las vivencias y la historia, la elaboramos nosotros y podemos aprender de ella.
En su discurso pronunciado en Frankfurt con motivo del Premio de la Paz en 1994, 'Una tumba en las nubes', declaró hacia el final: «El problema del pueblo alemán con su memoria histórica nos concierne a todos los europeos (...) el pueblo alemán es el único pueblo de Europa (...) que puede y tiene que habérselas con las dos experiencias totalitarias del siglo XX; el nazi-fascismo y el estalinismo. En su carne y en su espíritu ha vivido estas experiencias y sólo puede rebasarlas asumiéndolas ambas críticamente, para enriquecer con ello el porvenir democrático de Alemania, del cual depende en gran parte el porvenir de una Europa en expansión democrática».
Más tarde el término 'memoria histórica' se convertirá en una polémica ley con José Luis Rodríguez Zapatero, reformulada bajo otro nombre, 'memoria democrática', con el Gobierno de Pedro Sánchez. Paradójicamente, con la nueva ley educativa, LOMLOE, el programa de la asignatura de Historia de España, de 2º de Bachillerato, se ha visto sorprendentemente mutilado, como si esta comenzara en 1812, desapareciendo Al-Andalus, los Reyes Católicos o los Austrias, entre tanto. Me pregunto si en países como Francia, Alemania o Inglaterra, sin ir más lejos, se podrían adoptar estas medidas 'educativas'.
Ortega y Gasset mantuvo que el ser humano no tiene naturaleza, sino historia. Evidentemente, somos naturaleza, pero aquí desplaza el énfasis de la cuestión a la historia porque, desde una perspectiva genética, seres de la Edad Media y del siglo XXI somos casi idénticos. Sin embargo, nuestra forma de comprendernos, comunicarnos y comportarnos difiere considerablemente por los efectos de la historia. En unos tiempos iconoclastas en los que continuamente se incurren en anacronismos, reducir las escalas temporales equivale a aumentar nuestros prejuicios, reducir nuestra perspectiva histórica y, por consiguiente, nuestras opciones vitales, pues el progreso no está tanto en innovar por innovar más con etiquetas y relatos que con hechos, sin saber quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos, como en saber elegir del pasado los momentos más civilizados.
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