Cruzábamos Suecia en coche. Los faros del Volvo iluminaban la carretera de hielo que por instantes barría el viento helado de algún planeta lejano. Por ... los altavoces del coche, Franco Battiato cantaba durante horas sus canciones, que tomadas de una en una quieren decir lo que quieren decir, pero que en su conjunto componen una bellísima oración a lo insondable. Una noche hubo una fiesta en la recepción del hotel en la que actuaban unos tipos con smoking estampados en los dibujos que imitaban la piel de un tigre. Luis Moya hacía trucos de magia con monedas. Al día siguiente, asolados por una de esas resacas que te atraviesan la cabeza como una lanza de la frente a la nuca y con la boca como el fondo de la jaula de los pájaros, paramos en una gasolinera que resultó regentar un marroquí. Battiato pedía que retornara «la era del jabalí blanco».
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Escuchamos a Battiato mientras conducíamos por Suecia y después por las carreteras sinuosas del norte de Italia en cuyas cunetas vendían hongos niños descarados, por la Florida, por Inglaterra y por el este de África. Dimos con él una vuelta al mundo de nosotros mismos y así, cuando el martes supimos que Battiato se había muerto en Sicilia, comprendimos que el viaje también ha terminado. A Battiato uno lo va entendiendo con el tiempo y no termina de entenderlo nunca. Me refiero a ese mundo hilvanado de verdades reveladas siquiera en sensaciones, visiones borrosas en los recodos de las sombras de una verdad que está ahí y que no se ve, no se toca y sobre todo no se explica. Casi alude a la noción de Dios, inconcebible si no es desde el corazón y la experiencia última del amor. Quizás la conquista de Battiato consista en comprender que de determinadas verdades uno solo puede atreverse a hablar de manera tangencial. Al Sol no se le puede mirar de frente.
Desde esta buhardilla del Madrid de la pandemia he vuelto de pronto al aparcamiento de la gasolinera del norte de Suecia donde hace tanto tiempo conocí 'L'era del cingiale bianco'. Ahora sé que los guerreros celtas perseguían un jabalí blanco mitológico que simbolizaba el paso al otro mundo. Battiato ya cazó el suyo.
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