Inteligencia natural climática
EL FOCO ·
Hace algunos lustros los arquitectos empezaron a dibujar plazas duras y seguro que lo justificaban con una retórica envidiableSe habrán dado cuenta ya a estas alturas de que se habla de clima, no del tiempo, como antes cuando había que romper el hielo ... en una conversación. Ya no hay solecitos y nubes en los mapas de España en la sección de meteorología de los telediarios terroríficos, ahora hay colores subidos de rojos hasta ponernos morados de grados infernales. Ardemos en el infierno, aunque Málaga, por ahora, esté portándose bien, como recuerda Garci en sus tertulias radiofónicas cuando entra desde el microclima de Marbella. A este paso, van a lograr que seamos unos desmemoriados que borremos de nuestra mente aquellos veranos en Sevilla, por ejemplo, cuando el trayecto de casa al trabajo después de comer era insuficiente para enfriar el volante del coche o aquella vez en Madrid currando en agosto cuando se pegaban las sandalias al asfalto. Los medios más alarmistas van a conseguir que fantaseemos en Andalucía con unos veranos de antaño lluviosos, rebequita y taparse con una manta de Grazalema. Vamos, que el terral nos lo acabamos de inventar.
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En el 'Guardian' británico he podido leer en un reportaje que unos franceses que buscaban alguna zona más fresca se autodenominaban «refugiados climáticos» y he sonreído. Cuando un día de estos, como un verano cualquiera, vea a los habitantes de pueblos cordobeses bajarse de los autobuses muy de mañana en las playas de Torremolinos para echar el día les tendré que decir que son refugiados climáticos, por si no lo sabían. De toda la vida, que la sartén de Andalucía lleva friendo a tope siempre, a ver quién es el guapo que sale a la calle a las tres de la tarde a darse un paseo y no sabe que dónde hay que estar es dentro, detrás de muros gruesos, a oscuras, las ventanas protegidas por las persianas de esparto, quizás ahora llamadas «barreras antitérmicas sostenibles de kilómetro cero».
En Málaga sí podemos, sin embargo, pese a algunos días al mes. Aun así, en verano, hace calor y, como ahora se señala lo obvio, conviene echar la vista atrás para comprobar el enorme sentido común que atesoraban nuestros mayores, despreciado su conocimiento en todos los ámbitos, como demostraba un reportaje reciente en este periódico sobre el trabajo y el dineral que cobran las consultoras de sueño, unas señoras que asesoran para dormir a los bebés porque, claro, hasta este preciso instante, la humanidad no sé muy bien cómo lo ha hecho.
No hace falta que unos sesudos académicos con financiación a cargo de la alarma climática nos digan que sería necesaria más sombra en los patios de los colegios
Vayamos a las plazas. Las malvadas redes sociales son fabulosas si se da con los divulgadores idóneos. En Twitter, uno de ellos es @itineratur, artífice de maravillosos hilos con historias de arquitectura. Pues bien, hace unos días publicaba uno con fotos antiguas de plazas de toda España con mucho más verde que ahora. Plazas con sombra. Lugares con umbráculos, dirían algunos. Fresquitos. Hace algunos lustros los arquitectos empezaron a dibujar plazas duras y seguro que lo justificaban con una retórica envidiable, como la de un reciente premiado que llamó 'bosque habitado' a un edificio universitario en el que no se veía un árbol. No sabemos si los parterres pasaron a ser horteras, los magnolios, cursis o los ficus se veían como meros soportes de pájaros que defecaban. Pero ahí están, esos espacios en los que nadie, jamás, se sentará en esos bancos metálicos pero que algún día quedaron bien en el ordenador de unas jornadas sobre urbanismo moderno. La excusa son los aparcamientos subterráneos pero la prueba de que hay soluciones es la plaza de Camas, con proyecto inicial muy contestado, y hoy una agradable ágora donde padres bajo toldo y con caña vigilan de manera relajada a niños que juegan al balón o se columpian cerca de árboles.
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Hablando de toldos, ya sabemos lo útiles que son por encima de la calle Larios, como lo fueron antes por parte del entramado urbano de Sevilla. Y, no, no hacen falta programas de investigación europea para llegar a esas conclusiones. Tampoco para saber que hay muros que aíslan mejor que otros, orientaciones que calientan más o menos las casas. Sí que ha tenido fondos europeos un proyecto en el hotel Mariposa, en el Soho, para cubrir de vegetación la fachada y regarla con las aguas grises. Ojalá cundiera ese ejemplo y la oficina de rehabilitación del Centro pudiera dar ayudas para cubrir de esa manera las horrendas fachadas del desarrollismo de los 70 que hacen que, al final, el hotel de Moneo no quede tan feo. Se podrían poner damas de noche y jazmines y así olería bien de manera natural.
No hace falta que unos sesudos académicos con financiación a cargo de la alarma climática nos digan que sería necesaria más sombra en los patios de los colegios. Pues claro. A quién se le ocurrió que esas instalaciones han de parecerse a patios carcelarios. Por eso, ahora, la Junta está empezando a licitar obras en los centros escolares para hacerlos más verdes y umbríos. Quién no se ha dado cuenta al pasar por los pinos del campamento Benítez, por ejemplo, que la brisa sopla más fresca debajo de ellos. Por qué no se plantan árboles en aceras anchísimas. Sí, hay que barrer, hay que mantener, hay que regar. Puede que a los vecinos les apetezca colaborar. En los premios Málaga de Arquitectura, uno de los galardones fue para un edificio de Soliva, de protección oficial, de María Jesús Andrade, en el que, diez años después, los vecinos han multiplicado las plantas. El ser humano se siente mejor viendo crecer hojas que grietas en el hormigón.
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Hace unos días, en un reportaje, una 'start up' dedicada a consultar las preferencias de las viviendas del futuro distrito Z explicaba que la domótica no volvía muy locos a los jovencitos con anhelos de habitar en Sánchez Blanca. A ver si lo que les va a gustar es un balcón con plantas, unos muros gruesos con trepadoras y, en los días de calor, cerrar las ventanas y poner la casa en penumbra. Consejos de abuelos. No sé cómo no han desarrollado ya una app de economía gris y han convencido a un fondo de inversión a invertir en una ronda para desarrollar «inteligencia natural para la emergencia climática». Uno de los consejos revolucionarios será que, si hace calor y tiene sed, beba agua. Qué tiempos nos han tocado.
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