La guerra de la toallita

EL FOCO ·

A nadie le gusta imaginar una ciudad desbordada de aguas fecales por culpa de gigantescos tapones en las cañerías

Domingo, 16 de octubre 2022, 11:41

Nadie duda de que hay inventos que han mejorado considerablemente la experiencia de la maternidad en los primeros meses, pese a que la natalidad siga ... cayendo en picado. Otros artilugios, también muy útiles, han ido perdiendo uso, como el maravilloso biberón o el tranquilizador chupete, pero eso es otra historia. También hacen la paternidad más fácil, que padres hay que cambian muchos pañales, como le dijo el maestro Antonio Escohotado a Julia Otero cuando ésta se empeñaba en tacharle de machista en una entrevista en la radio. Las toallitas húmedas han sido uno de ellos. Además, son la prueba de cómo la repetición de una maniobra es fundamental para mejorar en ella: empiezas usando tres para limpiar un culito y, al tercer niño y decenas y decenas de pañales después, puedes demostrar una maestría en el manejo de la toallita como para solo precisar sólo una e incluso aficionarte al origami, por los pliegues, sin llegar a demostrar la teoría de que un folio doblado miles de veces podría llegar a la Luna.

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Pero la toallita es la prueba de que cualquier cosa la puede cargar el diablo. Es más, seguro que existen seres humanos que se ven a sí mismos como el colmo de la higiene y la lucha contra los gérmenes y son capaces de tirarlas luego por las cañerías. Las mismas que se atascan y que acaban en unos tapones que nos cuestan a todos los contribuyentes una cantidad considerable de dinero, además de algún desbordamiento de aguas fecales, como el que ocurrió hace unos meses en la tienda de un amigo, que tuvo que poner a todo el personal a limpiar las consecuencias de un inquilino incívico del piso superior. Las toallitas se convierten así en parte de lo que se ha bautizado como 'fatberg' -por los iceberg-, montañas de grasa en las que se mezclan ellas con jabón, aceite, condones, bastoncillos de los oídos y pañales, un conglomerado asqueroso y problemático para los gestores de agua. Sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena, reza el dicho, y se desbordarán las alcantarillas cuando lleguen las aguas torrenciales y ninguno asumiremos nuestra parte de culpa.

La lucha contra las toallitas en las cañerías no tiene nada de épico. Nadie va a salir a la calle con pancartas que digan 'Salvemos nuestras tuberías', ningún artista de festival rockero va a soltar una arenga sobre ellas y a Alberto Garzón, ministro de Consumo, le mola más decirnos que tenemos que comer mejor. Porque las toallitas no se perciben como una amenaza para el planeta, no son causa probada del cambio climático, no echan humo, sólo una mierda que, además, ni se podría usar de abono, ahora que andamos tan necesitados de los orgánicos porque hay una cruzada con los fertilizantes que ha acabado con Sri Lanka sumida en el caos, por unas cosechas terribles. Las toallitas higiénicas, pues, son simple y llanamente un problema y una guarrada cuando no se colocan en su sitio.

En el Museo de Londres tienen en una vitrina una muestra de esa especie de roca blanquecina con esos residuos

Uno de los problemas del alarmismo climático es que ha centrado el debate en las emisiones de CO2, las mismas, por cierto, que han hecho que el planeta luzca más verde que nunca según las fotos de la NASA a lo largo de los últimos años. Ahora tenemos discusiones de sobremesa sobre la nuclear, los incentivos para poner placas fotovoltaicas, por qué quebró Isofotón, qué hacemos con los saudíes que no quieren ponerse a producir más petróleo o cómo vamos a conseguir nada si los chinos siguen dandole al carbón, es decir, sobre energía pero poco sobre problemas más locales y domésticos como los que plantean las toallitas. No leemos a los estoicos que justo lo que recomiendan es centrarnos en las batallas que dependen de nosotros. El arte de la guerra de la toallita en vez de la de Sun Tzu.

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Otro problema más del anuncio constante del fin del mundo puede ser que se eche mano del famoso refrán del tiempo que queda en el convento. ¿Para qué voy a cuidar lo que de todas formas se va a acabar por culpa de los gobiernos mundiales? ¿Qué voy a hacer yo si ni siquiera se ponen de acuerdo en Europa o en la ONU? Y ha ocurrido por confundir contaminación con alarmismo climático. Se puede ser perfectamente escéptico con las fechas de caducidad que algunos ponen a la vida humana en la Tierra y a la vez ser muy consciente del necesario combate contra la polución. Ninguno de los llamados negacionistas del cambio climático querrían volver a ciudades llenas de humo o a ríos contaminados. A nadie le gusta imaginar una ciudad desbordada de aguas fecales por culpa de gigantescos tapones en las cañerías.

Las primeras toallitas húmedas que recuerdo eran las que nos daban en los restaurantes buenos para limpiarnos las manos después de las gambas o aquellas de los aviones, calentitas, que nos dejaban amables azafatas para limpiarnos después de comer. Qué tiempos los de aquella aviación. No sé cómo se produjo el salto en serie a los culos de los bebés, pero fue todo un avance, similar al de los pañales desechables, que liberaron a las casas de lavar aquellos picos que ahora vuelven triunfalmente a los hogares de los más concernidos con el medio ambiente. No hace falta llegar a eso. Pero es que su uso, además, se ha ido extendiendo: salpicaderos de los coches o traseros adultos.

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Las películas nos han hecho imaginar ratas gigantes por la red de alcantarillado, pero estos tapones asquerosos no tienen sin embargo la visibilidad que se merecen como problema. Si están ansiosos por abrazar una causa, la de los 'fatbergs' está necesitada de padrinos. O de campañas institucionales más agresivas: cada atasco, foto y a las redes. En el Museo de Londres tienen en una vitrina una muestra de esa especie de roca blanquecina con esos residuos. Seguro que los arqueólogos del futuro mirarán intrigados esas piedras, tratando de dilucidar qué hacíamos con esas toallitas que proporcionaron felicidad al acortar el tiempo de exposición a la caca y, más tarde, desbordamientos de aguas fecales.

Queda muy bien llevar la chapita de los objetivos de la Agenda 2030, pero en el 2022 hay problemas domésticos que están en nuestra mano, aunque no hay mucho plan estratégico detrás, ni multinacionales, ni mesas redondas, ni auditorías de género. Sólo educación y respeto.

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