Es preciso reconciliarse no sólo con la política, sino con los políticos. Después de que en la peor crisis de nuestro tiempo su credibilidad cayera ... por los suelos, por méritos propios y también ajenos, la sociedad necesita creer y confiar en su clase política. El movimiento generado a partir de la indignación del 15-M sometió a revisión muchas estructuras e instituciones de nuestra sociedad. La Justicia, la banca, las grandes compañías, la Universidad, los medios de comunicación y, por supuesto, la propia política. Gracias a ello se ha producido y se está produciendo una profunda renovación y regeneración, con mayores procesos de control y transparencia y, sobre todo, con un umbral ético y moral más exigente.
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Es absolutamente imposible alcanzar la perfección e, incluso, acercarse a ella, pero sería conveniente que esta regeneración llevase implícita mayor confianza y credibilidad. Hemos atravesado una gigantesca tempestad y divisamos un horizonte con más calma. Y todo, y todos, contribuyeron a ello. Para empezar, los ciudadanos indignados y luego, la entrada de nuevas formas de entender la política que sometieron al sistema a una presión necesaria que facilitó algunos cambios; algunos de ellos, por cierto, exagerados.
España vive ya un nuevo modelo político, con una fragmentación inédita desde la Transición. Toca la negociación y el diálogo, los pactos y los acuerdos. Toca convivir con la diversidad de ideas, algunas de las cuales pueden incluso repelernos hasta el extremo. No hay mejores herramientas que la Constitución y, en nuestro caso, el Estatuto andaluz para construir nuestra convivencia y mantener a raya a los que quieran quebrantarla.
Habría que dar un paso adelante en defensa de la política y ser muy exigentes con los políticos, pero también generosos con ellos. Y sí, deben estar mejor pagados para que el dinero no sea una barrera que impida que los mejores den el salto a la administración pública. De hecho, el mayor problema que tienen hoy PP y Ciudadanos en Andalucía es convencer a profesionales para que trabajen en la política, porque la remuneración es tan baja y la exigencia pública tan alta que son muy pocos los que dicen sí. Hay que creer en la administración pública, porque bien gestionada son impulsoras del desarrollo y ayudan a construir una sociedad mejor.
Un ejemplo de ello ha sido la Diputación de Málaga y es honesto destacar el acierto de la gestión llevada a cabo en los últimos años durante el mandato de Elías Bendodo, que dejó el cargo de presidente para asumir la Consejería de Presidencia de la Junta. Bendodo -sustituido ayer por Francisco Salado, alcalde de Rincón de la Victoria- cierra sus siete años de mandato con la institución saneada económicamente, sin deuda, con más eficiencia y con los proyectos Sabor a Málaga, la Gran Senda, la Senda Litoral, Málaga de Moda y, especialmente, el Caminito del Rey como iconos de una gestión reconocida en toda la provincia. La Diputación, además, tiene sentido como órgano supramunicipal que ayuda a la gestión de los municipios. Tanto es así que hasta algunos líderes de Ciudadanos, ese partido que quería -o quiere- acabar con las diputaciones, suspira por sentarse en la presidencia después de las elecciones municipales. Y ello porque la Diputación tiene sentido como ente de la administración pública.
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Esa debe ser la prioridad, que la administración cumpla con su misión con profesionalidad, porque también hay que apuntar que en el funcionariado autonómico, por ejemplo, hay grandes técnicos cuya labor trasciende a la política y su permanencia no debería depender del partido que gobierne.
La política debe inspirar la gestión, pero no irradiar su impacto hasta la última mesa de la administración. Sólo así, de verdad, se podrá alcanzar la reconciliación con la política y los políticos que todo país necesita para avanzar. Veremos.
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