Gazpachuelo en un 'picasso'

VOLTAJE ·

Estas protestas ecologistas en los museos no van a salvar el planeta

Martes, 25 de octubre 2022, 08:42

El miedo se viraliza. Las gamberradas, también. El mundo del arte encuentra en la pintura a la última diana de las protestas de ecologistas que ... muy a menudo se han caracterizado por resultar originales, como las de Greenpeace, pero que en sus últimas muestras de reivindicación han hecho más el ridículo que otra cosa. No creo que nadie con un mínimo de sensibilidad artística no haya sentido un espasmo al contemplar la desoladora imagen de una sopa de tomate resbalando por 'Los girasoles', de Vincent van Gogh, en la National Gallery de Londres. Antes, en mayo, fue un tartazo a la 'Gioconda' en el parisino museo de Louvre. La semana pasada le tocó a una pieza de la serie 'Los almiares', del pintor impresionista Claude Monet, a la que le ha caído una ración de puré de patatas en un museo alemán. La elección del menú y su significado artístico o ideológico se me escapa. Ha habido más casos y, en algunos de ellos, luego los activistas han pegado sus manos a la pared con cola para retrasar y complicar su desalojo, o se han adherido a los cuadros. En general se trata de una campaña publicitaria basada en una profanación artística que además es falsa, ya que, hasta ahora, en todas las ocasiones, las obras estaban cubiertas por un cristal que al mismo tiempo protege a la obra y atrae estas protestas, para que sus responsables puedan cubrirse del elevado coste que tendría la restauración y la consecución de un delito todavía mayor, amén de la salvajada moral.

Publicidad

Por más justa y necesaria que sea la causa, por más que podamos debatir la función de los museos en la sociedad actual, esta moda que no va a salvar el planeta podría ser responsable de que haya que aumentar la seguridad en los museos y convertirá la visita en una experiencia más incómoda. Es sorprendente –se dice– que detrás de estos movimientos haya grandes fondos de inversión y donaciones en criptomonedas. El año que viene se cumplirán cincuenta años de la muerte de Pablo Ruiz Picasso y tampoco está exenta de polémicas. Sus problemáticas y abusivas relaciones con las mujeres no pueden ser ignoradas, pero tampoco se puede proceder a una infravaloración artística basada en conjeturas y desde el prisma de una sociedad que es muy distinta a la del siglo pasado. Cancelar a Picasso por ese anacronismo sería una enorme catetada, pero no nos extrañemos si a alguna obra del genio malagueño le cae pronto una ración de gazpachuelo por la paz mundial.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad