Fiebre del sábado noche

Las ganas por disfrutar, por gozar, por vivir, en una palabra, no deben estar reñidas con la responsabilidad

Miércoles, 12 de mayo 2021, 07:40

Hoy que la vida se consume a borbotones, entre virus, vacunas, ruina y miseria, uno se da cuenta del valor incalculable que tiene la alegría ... cuando es sinónimo de libertad, de desahogo, de alivio, de esparcimiento. El sábado viví in situ la explosión de algarabía que supone desprenderse del reloj y comprobar cómo se detiene el tiempo al compás de la diversión. El Centro de Málaga bullía como otrora, la felicidad se incrustaba por los anhelados rincones de restaurantes y discotecas y la dicha era compartida por amigos que hacían mucho que no tenían nada que celebrar, al menos en común. La amistad nunca se llega a perder, pero sin el contacto aunque sea visual suena vacuo. Pronto llegarán los abrazos necesarios para candar el afecto. Aún estamos sometidos al látigo del horario nocturno en cuanto al ocio mayor, el de ese baile desprendido y desinteresado como forma de evasión. Pero al menos ha desaparecido esa alerta en forma de azote que te obligaba a regresar a casa antes del deseo irrefrenable de combatir la rutina. La vida es maravillosa porque engloba conceptos endogámicos como trabajo y jolgorio cuando éstos se complementan a la perfección. Se puede, se debe, hacer todo y entonces aparece una palabra maravillosa: fantasía.

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Estamos de acuerdo en que la pandemia había que combatirla con maneras y formas nunca vistas, dada la gravedad de la situación, pero también es cierto que el año largo de hibernación temporal y espacial se ha hecho especialmente duro. Ese combate diario entre la salud y la economía ha terminado con la sociedad sobre la lona dado el hastío generalizado. Ya se sabe que moverse entre los extremos no conduce a ningún punto de cordura.

Esa fiebre del sábado noche por disfrutar, por gozar, por vivir, en una palabra, no debe conducir de ninguna de las maneras a descuidar la protección que nos libera de problemas mayores, sobre todo si éstos derivan en una habitación de hospital. El sábado, en Málaga, se vivió una fiesta, pero atendiendo al raciocinio propio de la época que nos ha tocado. Nada que ver con lo ocurrido en Madrid, Barcelona o Salamanca, según narraban las crónicas del día después, donde miles de personas se dieron cita en fiestas callejeras sin mascarillas ni distancia de seguridad.

Entiendo el hartazgo, pero aborrezco la locura desatada en determinados lugares confundiendo libertad con libertinaje, diversión con distracción, fiesta con gresca, jarana con bulla. Vivamos, pero con responsabilidad, porque al final ésta es la que nos permite seguir disfrutando de lo que tenemos.

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