Feliz Día del Padre, porque es una suerte
En los 90, vieron la luz estudios psicológicos y sociológicos que advertían de los riesgos de criarse sin un padre en EE UU o en Reino Unido
Parece de sentido común, pese al animalismo circundante, que si la humanidad ha conseguido pasar de caminar a cuatro patas a surcar los cielos en ... avión ha sido por cultivar rasgos, o poseerlos, que nos distinguen de los animales. Podemos leernos tratados de antropología, de filosofía y de biología evolutiva pero cualquiera entiende que la educación que consigue un autocontrol para que consideremos que no está bien hacer nuestras necesidades en público, lejos de ser un inconveniente, es una ventaja para la convivencia de un animal, nosotros, social. Podríamos considerar pues que son los rasgos que nos distinguen de los animales los que han logrado que, como especie, seamos la más avanzada, pese a que algunos les apetezca ahora meternos en una cueva para dejar de contaminar el planeta y que, a ser posible, seamos poquitos.
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Una de esas características es la involucración de los padres en la crianza de los retoños. Padres machos, en contraposición a las hembras, si de animales, que lo somos, hablamos. Feliz Día del Padre, por cierto. No Feliz Día de la Persona Especial, como parece que se celebra en algunos colegios, para no herir las sensibilidades de quienes han perdido a los suyos, directamente no tienen o no mantienen relación alguna. Profesores y padres, los que piden esta nueva modalidad celebratoria, que se pierden la oportunidad de tener una charla interesante con sus hijos sobre lo que es ofender, sus propias familias y sobre por qué no le debe importar nada que otros niños tengan padres. Pero hablar de las complejidades de la vida no se lleva entre los nuevos pedagogos especialistas en la evasión de la realidad, que luego se asombran horrorizados con los problemas de salud mental de los adolescentes.
Volvamos al papel de los padres. Desde hace décadas, se sabe que uno de los factores de riesgo de una mayor criminalidad juvenil es la ausencia de una figura paterna. En los 90, vieron la luz estudios psicológicos y sociológicos que advertían de los riesgos de criarse sin un padre en EE UU o en Reino Unido, donde cada vez había más niños que desconocían quién era su progenitor. Uno de ellos, por ejemplo, miraba las diferencias de comportamiento en un barrio marginal británico, con mucho paro, crimen, fracaso escolar. Estudiaron un grupo de chavales que no daba problemas y otro, misma edad y mismo barrio, que iban de cabeza a la delincuencia juvenil. La diferencia más llamativa era el porcentaje de los chavales problemáticos que no tenían una figura paterna en casa. Seguro que Barack Obama conocía este tipo de estudios cuando echó la bronca a los hombres negros por la facilidad con la que se quitaban la responsabilidad de estar ahí para sus hijos.
La sociología y la psicología demuestran que, a rasgos generales, se educa mejor con un padre y con una madre
Hace unos años, me pareció muy sensata la postura de una señora que era la presidenta entonces de una asociación de madres solteras por elección. Estábamos en una mesa redonda sobre los distintos tipos de familia que había posibilitado la fecundación in vitro y ella explicó que sabía de la importancia de una figura masculina en la vida de sus hijos y que, por eso, intentaba que pasaran tiempo con sus tíos. Y aquí nos metemos en el megacharco de la posibilidad de que existan diferencias biológicas que hagan, por ejemplo, que las mujeres por lo general tengamos más aversión al riesgo y gustos distintos que, por supuesto, conoce muy bien el marketing. Hay madres de varones que vemos encantadas cómo han sido los padres los que se han encargado de jugar a deportes de equipo, de ver películas de ciencia ficción o mil veces la saga de Bourne con ellos, o partidos que no vería ni aunque me pagaran de la NFL, por ejemplo. Hay familias, en definitiva, que siguen confiando en un reparto de papeles entre los padres y las madres. Nada que ver, por cierto, con cosas materiales y lúdicas. También se sabe que la involucración buena de los padres es reflexionar con ellos, dotarles de un sentido de la responsabilidad, poner normas y que eso no es comprar caprichos o salir a a comer fuera dónde y lo que los niños quieran. Parece obvio, pero hay quien confunde estos dos tipos de relaciones.
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El reparto de papeles se ve perfectamente en una de las series más divertidas de los últimos años: Modern Family. Entre los seguidores, a menudo nos preguntamos en las parejas si somos como Phil -el padre enrollado, poli bueno, que hace payasadas, un poco desastre- o Claire -la madre que está regañando todo el rato, la perfeccionista, la que se ocupa más de la disciplina-. Hay de todo. Sigue habiendo familias donde el peso de la educación diaria, del «te tienes que comer todo», del «así no se sienta uno en la mesa», «te tienes que ir a la cama», es de la madre pero que, cuando surge un problema más complicado, sale un «eso lo tienes que hablar con tu padre». Y a muchos les funciona. O puede pasar al revés, que sea la madre la que, llegados a un punto, tenga la última palabra. Niños que acuden a padres más blandos porque saben que sus madres no les dejarían hacer ciertas cosas.
Pues la sociología y la psicología demuestran que, a rasgos generales, se educa mejor con un padre y con una madre. Eso no quita, por supuesto, que conozcamos casos maravillosos y tristes de viudas que sacan a sus hijos adelante de una manera ejemplar. Y de viudos. Lo mismo para madres que han criado a hijos de los que se ha desentendido un padre irresponsable. Afirmar esto, avalado por el estudio de trayectorias vitales, no te convierte en una retrógrada, casposa, nostálgica, rancia, reaccionaria que quiera que desaparezcan otras estructuras familiares. Al revés. Necesitamos todo tipo de familias porque nos faltan niños. Muchos. Pero no se puede ignorar la evidencia de cuáles son las condiciones ideales en la crianza de unos hijos, para poder aspirar a ellas sin estar obligados a creer que son las únicas posibles.
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Así que Feliz Día del Padre y no pasa nada por pensar que, tener una madre, un padre, involucrados por igual, con distintos roles incluso, en la educación de unos hijos, es una suerte. Que no se elige ni es mérito de ningún hijo. Pero lo es y, como tal, como fortuna, se puede celebrar.
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