Escribo esto en caliente y después de un debate con mi compañero Alberto Gómez sobre la importancia de abordar historias duras a través de detalles ... que nos identifiquen a todos. Escribo esto porque el dolor, la incertidumbre o la injusticia espantan, pero también porque uno de los retos del periodismo es el de contar la vida a secas. Salir de las agendas, pisar la calle y ser los ojos de los que nos permiten entrar en sus casas y en sus cicatrices. Escribo esto porque acabamos de dar con una historia que forzosamente ha de empezar por lo pequeño para que el resto no huya de ese dolor. La de una mujer maltratada que se supo libre cuando fue por primera vez sola a un bar y pudo pedirse un tinto de verano. Su agresor siempre pedía para él cerveza y, para ella, fanta. Ella odiaba la fanta pero nunca pudo decirlo. Por eso lo escribo yo.
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