De eternidad e inmortalidad
Un micrófono abierto captó hace unas semanas al dirigente ruso, Vladímir Putin, entusiasmado por la posibilidad de vivir para siempre. «Hoy eres un niño a ... los 70 años», le respondió el líder chino, Xi Jinping. Ambos sueñan, a sus 72 años, con la inmortalidad gracias al milagro que podría obrar la cirugía mediante el trasplante de órganos, amén de otras piruetas científicas. «Gracias a la biotecnología los órganos humanos podrán ser trasplantados constantemente», respondió Putin a Xi antes de apuntillar Xi que «las predicciones apuntan a que este siglo se pueda vivir hasta los 150 años».
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Habría que recordarle al presidente ruso, cristiano ortodoxo para más señas, que no estará de más, que antes de pensar en su posible inmortalidad, piense en la mortalidad que está provocando y ha provocado con los conflictos bélicos en los que ha segado la vida de millares de personas, muchas de ellas, muy jóvenes e incluso niños. Amén de recordarle también, al menos a Putin, que se dice cristiano, creo que Xi no lo es, que no se preocupe según su fe, que va a ser eterno. Que no inmortal.
Las distintas religiones han tenido su proceso y reflexión hasta alcanzar, al menos, las tres grandes religiones monoteístas la conclusión de que hay vida eterna. Una vida que trasciende a la terrestre. Por mucho que nos empeñemos en mejorar la calidad de vida y estirar los años hay un punto de inflexión cuando nuestras constantes vitales paran. Morimos. Sí. Todos y todas. A Dios gracias. Porque a tenor de lo que se ve diariamente a algunos les para solamente la hermana muerte, como gustaba llamar a Francisco de Asís a lo que todos compartimos. En este mientras tanto, no está de más reflexionar sobre la necesidad de respetar la vida en el planeta tierra.
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