La estrategia es responder mejor al cambio
No se trata de ser la ciudad más fuerte ni la más inteligente, sino de saber responder con acierto al reto que se nos presenta con el cambio climático
Enrique Salvo Tierra
Director de la Cátedra de Cambio Climático de la UMA
Viernes, 24 de octubre 2025, 02:00
Es difícil celebrar uno de esos múltiples días mundiales o internacionales sin un lema que condense el debate del momento. Y si hoy toca hablar ... de cambio climático, encontrar una frase inspiradora resulta cada vez más complicado: las palabras se han desgastado tanto que, a fuerza de repetirse, acaban sirviendo de munición a los negacionistas. Quizá hasta sea una buena estrategia propagandística darles la razón en jornadas como estas, cuando las temperaturas baten todos los récords conocidos, las lluvias se vuelven torrenciales y devastadoras, o el agua del mar literalmente quema. Basta con asumir su propio argumento: todo esto ya lo viví, es normal.
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Hace ya décadas que la ciencia trazó dos líneas estratégicas para afrontar el cambio climático: la mitigación, o reducción de gases de efecto invernadero, y la adaptación a un cambio que se intuía irreversible. La primera sonó a chiste para muchos países en vías de desarrollo —los BRICS, por ejemplo—, que reivindicaban su derecho a alcanzar niveles de bienestar similares a los de quienes pretendían imponerles limitaciones productivas. Se rieron de las cuotas de emisiones, y de paso, se burlaron de un trumpismo tan desconcertado como descolocado.
Pese a los avances tecnológicos en la reducción de emisiones en los sectores del transporte y la construcción, la realidad es evidente: ya no basta con mitigar. Reducir de forma drástica las emisiones para cumplir los tempranos objetivos de París resulta hoy inviable. Sin embargo, los escenarios climáticos proyectados hasta mediados de siglo, en esta anómala normalidad, no parecen tan desencaminados. Especialmente aquí, donde el destino nos ha situado en la zona cero del calentamiento global. Nos queda, por tanto, el Plan B: adaptarnos.
Hace ya décadas que la ciencia trazó dos líneas estratégicas: la mitigación y la adaptación a un cambio que se intuía irreversible
A Charles Darwin se le atribuye una sentencia que nunca ha perdido vigencia: No es la especie más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que mejor responde al cambio. Tal vez nunca haya sido tan aplicable a las ciudades como ahora. Su corolario es claro: adaptarse o morir.
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No se trata de ser la ciudad más fuerte —creciendo de forma hipertrofiada— ni la más inteligente —a golpe de universidades o algoritmos—, sino de saber responder con acierto al reto que se nos presenta. A menudo, la fuerza y la inteligencia se combinan para ofrecer la peor respuesta posible, mientras que la mejor suele nacer de la humildad.
Málaga cumple con los ODS, según el termómetro nacional, especialmente con el Objetivo 13: Acción por el clima, siendo una de las tres grandes capitales con mayor nivel de respuesta. Pero otros indicadores de sostenibilidad ambiental no resultan tan favorables, sobre todo los urbanísticos, que parecen ignorar los desafíos derivados de la emergencia climática que debemos afrontar de aquí a mediados de siglo. Pedir un nuevo urbanismo es, hoy por hoy, clamar en el desierto; aunque, probablemente, cuando el desierto sea ya un clamor, será demasiado tarde para replantearlo. Siguiendo el predicado de Darwin, ahora lo urgente es pensar cómo responder mejor al cambio para adaptarnos con éxito. Habrá que asumir limitaciones frente a nuestra forma actual de vivir la ciudad, pero el triunfo solo será posible si quienes la habitan —los autóctonos del presente y del futuro— garantizan esa transformación.
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En este Día Internacional contra el Cambio Climático, no olvide que la cuestión no es creer o negar: es adaptarse o fracasar.
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