Esta es la conclusión que sacamos después del último bochorno: España o, para ser más exactos, la delegación española que rige nuestra apuesta en el ... viejo concurso de la canción europea lleva seis ediciones acumulando posiciones humillantes. Este año hemos quedado antepenúltimos, y la sensación de derrota no es nueva para nosotros. Este nuevo fracaso ha vuelto a incendiar la vida de opiniones que apuntan a una dimisión en bloque de la delegación española, y da la razón a los que dicen que, para hacerlo así, lo mejor que podríamos hacer es desaparecer del concurso durante un par de años, para recapacitar.
Publicidad
La excusa de que los países del Este de Europa se votan entre ellos, que en este concurso todo es política y que el resto de países nos odia ya no se sostiene. Francia, Portugal, Alemania e Italia han cosechado buenos resultados en los últimos años, mientras que nosotros seguimos empeñados en canciones y en artistas que parecen sacados de otro siglo y en una puesta en escena insulsa y vaga. No se puede ganar Eurovisión con una actuación pensada por la misma gente que programa 'Cine de barrio' y 'Cuéntame', funcionarios que lo mejor que pueden ofrecer es 'MasterChef' hasta el infinito. Tampoco podemos despertar simpatías llevando cantantes con buena voz, sí, pero sin estilo propio ni personalidad, lo que demuestra la certeza de que para ser un buen intérprete no basta con «cantar bien»; de hecho, ni siquiera es imprescindible. Todos los días hay voces superdotadas que participan en el incontable número de concursos de talentos de la televisión que nunca llegarán a ser artistas. Son factorías de concursantes, de buenas voces adquiridas como don innato, pero sin un ápice de talento creativo. La impresión es que España no se cree Eurovisión, que va por compromiso y que, por supuesto, no quiere ganarlo. Puede que pese el hecho de que el país ganador debe albergar la gala del año siguiente, y quizás RTVE no quiera hacer frente a ese marrón. No se puede exigir la victoria porque ganar siempre es difícil, pero sí que hagamos lo posible para alcanzar una posición digna, con ganas. La sensación es que RTVE abandona a su suerte a los artistas una vez que se selecciona la canción. La actuación de nuestro representante este año, Blas Cantó, fue intachable en la técnica pero pasteloso en su ejecución, con una puesta en escena que desentona entre tanto color y tanta alegría, y con un mensaje, el del amor a una abuela fallecida por Covid, que ni siquiera se entendió. En esta última edición hemos visto espectáculos impresionantes y muy divertidos en países supuestamente peores que el nuestro, y nosotros hemos llevado a un muchacho de luto, con una luna enorme encima que lo mejor que podría haber pasado es que se rompiera entre tanto gorgorito.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión