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Editorial

Errejón, al borde del banquillo

El instructor Carretero no solo cree a Mouliaá, sino que la despoja de la carga del prejuicio por cómo reaccionó ante la supuesta agresión sexual

Sábado, 15 de noviembre 2025, 01:00

El auto por el que el titular del Juzgado de Instrucción número 47 de Madrid propone llevar a juicio a Íñigo Errejón culmina la instrucción ... abierta después de que, hace un año, el entonces portavoz de Sumar en el Congreso se viera obligado a renunciar a la actividad política por las denuncias anónimas de mujeres que lo señalaron por haberlas violentado y la actriz Elisa Mouliaá trasladara su testimonio ante la justicia. Este caso, el único que ha cristalizado en un sumario en los tribunales, es el que ha desembocado en que el juez Adolfo Carretero procese al también cofundador de Podemos por la comisión de un delito de la envergadura de una agresión sexual contra la denunciante. En su auto, y tras haber sometido a Mouliaá a «un largo y exhaustivo interrogatorio» como lo define el propio magistrado, que acabó inspeccionado por el Consejo General del Poder Judicial ante la avalancha de quejas recibidas por su crudeza, Carretero no solo otorga la verosimilitud suficiente al relato de la demandante, pese a la inexistencia de testigos que presenciaran el presunto ataque de Errejón, como para considerar que la causa debe enjuiciarse. Y no solo interpreta que su narración de cómo una noche de septiembre 2021 el político con el que mantenía contacto en redes abusó supuestamente de su posición para besarla, manosearla y exhibirle su «miembro viril» en una habitación cuya puerta él cerró resulta coherente, incluso ante «las lagunas» que pueda presentar. Lo que también hace la resolución del instructor es despojar a Mouliaá de la carga de la culpa por la que tantas mujeres se han retraído de denunciar a lo largo de la historia: porque su reacción no se ajustó a los hipotéticos cánones que se presuponen cuando se es víctima de una agresión sexual.

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La Audiencia de Madrid determinará ahora si Errejón acaba sentado o no en el banquillo de los acusados y, en su caso, si media absolución o condena. Pero ya hay una verdad acreditada: que el exdiputado tuvo que dimitir por la credibilidad concedida a lo que las mujeres describieron de su comportamiento íntimo, lo que, un año después, sigue obligando a preguntarse cómo fue posible que mantuviera la máscara de dirigente abanderado del feminismo sin que los entornos que lo acogieron se percataran de semejante hipocresía. Y sin que Sumar, la sigla a la que representaba en ese momento de su trayectoria política, haya ofrecido mayores explicaciones sobre los protocolos que iba a incentivar.

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