El alféizar

Ella

Ella tiene medio siglo de vida. Nació en Sevilla, en prisión. Al menos eso me contó. También que quiere morir. Que tiene cáncer terminal y ... no aguanta más la vida que lleva. Que solo pide al cielo conocer a sus nietos y volver a verse con su familia. La conocí pidiéndome dinero para un café, al denegárselo, forzó el buzón de una de las parroquias, lo partió. Hubo que tirarlo. Habrá que sustituirlo. Volví a encontrarla en la entrada de otra parroquia. La vi trapicheando en la alcantarilla. Y la reencontré cara a cara a la salida de Misa. Allí no me pidió nada de dinero, pidió una Biblia. Pensé que podría ser para utilizar las hojas como papel de fumar. Pero equivoqué el juicio, creo. Porque la conversación derivó por los caminos de su vida personal, a corazón abierto. Una vida destrozada por la droga.

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Podría haber sido la mía, que tuve amigas y amigos que en los 80 terminaron fatal. A Dios gracias, aunque la vi pasar de cerca, no llegó a alcanzarme. Sin embargo, ahora la droga, que nunca se fue, está haciendo estragos: fentanilo mezclado con heroína, base u otras sustancias como cocaína, para los que se la pueden pagar, está rompiendo las costuras de mucha gente. Y haciendo la vida imposible a la vecindad. La inseguridad, la decadencia, el miedo se están instalando en los barrios que ven cómo se degradan por el consumo en la calle. Se muestra lo que estaba latente en la crudeza de vidas humanas destrozadas. A las que como la de ella, no tuve más remedio que abrazar, previa petición de permiso y en público ante testigos, porque fue el único consuelo, junto a la oración, que pude ofrecer, tras contarme a lágrima viva su desgarradora historia de fracaso personal.

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