«El miedo es irracional, la precaución no». Lo bueno de tener amigos maravillosos dispuestos a llevarte la contraria es que te regalen frases así, ... como esta que me dejó el físico de la Universidad de Sevilla Luis Rull el otro día. Los buenos debates suscitan preguntas sin fin: ¿Cuándo se convierte la precaución en miedo? ¿Cuándo la valentía en imprudencia, cuándo pasa el inconsciente a ser un temerario? ¿Cómo influye en esa precaución o ese miedo tener un diagnóstico preciso de los riesgos? Y, bajando más al terreno, las personas que ahora mismo van con mascarilla andando casi solas temprano por un paseo marítimo, ¿son precavidas o miedosas?
Publicidad
Llevar un estilo de vida precavido puede ser compatible con dosis de felicidad y poca angustia -incluso está más equilibrado el que decide no tirarse por un balcón a la piscina borracho que el que se atreve a semejante estupidez-. Dicho lo cual, hay veces que el exceso de precaución se traduce ya en un miedo irracional no justificado, como los portadores de mascarillas en solitario o los que tienen pavor a volar en avión. El miedo es libre, lo malo es querer imponerlo. Vivir con miedo, sabemos, es una mierda de vida, como le dice un replicante de 'Blade Runner' al personaje de Harrison Ford cuando le explica lo que es ser esclavo.
El miedo es un juguete del que todos los autoritarios del mundo se han servido. Por eso llama la atención que, por ejemplo, en EE UU se haya conseguido (¿los medios, los políticos?) que haya una sobreestimación del riesgo de acabar hospitalizado en caso de dar positivo por Covid, según una encuesta de Gallup en EEUU. O de la mortalidad por tramos de edad. Puede ser un experimento interesante que hoy, si andan de sobremesa familiar, preguntar por el riesgo que tiene un menor de 18 años que da positivo en un test Covid de acabar hospitalizado, a ver cuántos aciertan alrededor de un 0,6%. Me da que los más jóvenes sí que lo sabían este verano cuando se contagiaron a miles mientras algunos ponían el grito en el cielo: su experiencia personal contradecía los miedos inducidos por esa subclase de expertos que aparecen ahora en los medios dispuestos a anunciar el Apocalipsis cada vez que el pueblo se relaja.
Como el protagonista del anuncio, recuerden lo que llevan viviendo en La Palma por un volcán desde hace meses
Entiendo que a los comensales de la comida de Navidad con parte del personal de la UCI del Carlos Haya en la que hubo contagio masivo les ocurrió lo mismo: su experiencia personal les dijo que la situación estaba como para poder hacer lo que se le permite a todo el mundo. Es imposible imaginar a personal sanitario asustado por los índices de hospitalizados decidiendo ir a una comida de muchos comensales. Además, todos estaban vacunados y muchos con terceras dosis ya.
Publicidad
El caso de esa comida, famosa ya en todo el país, es un ejemplo perfecto de cómo elegir vivir estos días. Para pasmo de muchos, los hay que están señalando a los no vacunados sanos como una especie de agentes infecciosos capaces de matar a los triplemente vacunados, ese tipo de personas que se están preguntando si se sentarán en Navidad con un no vacunado. ¿Eso es miedo, precaución o el resultado de un experimento social perverso de señalamiento a un grupo de la población como culpable de muertes de personas protegidas por los sueros de los benditos laboratorios?
Para saber dónde nos puede llevar ese señalamiento a los no vacunados como agentes del mal conviene leer al psiquiatra Pablo Malo, autor de uno de los ensayos más recomendables de la temporada: 'Los peligros de la moralidad', en el que describe perfectamente cómo funcionan los incentivos para tener chivos expiatorios, por ejemplo, para mantener la cohesión del grupo, o los procesos de deshumanización de un conjunto de individuos. Esta división a la que nos quieren llevar algunos entre vacunados solidarios, buenas personas, frente a no vacunados seres malignos egoístas sólo puede prosperar sí se consigue que haya miedo, de ahí la reflexión necesaria sobre qué tal es vivir asustado y triplemente vacunado. O acojonado. En esta reflexión andaba yo cuando salió el tradicional anuncio de Campofrío de Navidad, en el que se nos incita a dejar de vivir «acojonados» porque «la vida es acojonante». El mercado privado suele detectar antes que nadie los estados de ánimo de los consumidores y nuestra multinacional cárnica parece saber ya que estamos un poco hartos de vivir «acojonados», muchas veces inducidos por los mensajes que lanzan unos medios que anuncian un continuo apocalipsis y que nunca reflexionarán sobre lo que esto influye en la salud mental de los ciudadanos, ahora que por fin se ha puesto de moda pensar en la angustia en la que vive gran parte de la población de la tierra más próspera del mundo.
Publicidad
Una de mis fotos favoritas de la Segunda Guerra Mundial es el tendero en Londres, después de un bombardeo, con un cartel que pone en inglés «negocios como siempre, Mr Hitler». Porque subían la persiana para vender dos cosas, pero abrían. Con riesgos, la vida no paraba. Por eso, el departamento de propaganda sacó aquellos carteles de 'Keep Calm and carry on' que se hicieron tan famosos hace unos años con distintas variaciones en tazas de desayuno y camisetas. ¿Cómo ha podido pasar que los nietos de aquellas élites que tenían que mandar a los más jóvenes a morir en playas hayan optado por un «Continúa asustado que esto no acaba»? ¿A quién le interesa que sigamos así? ¿Por qué nos creemos mejores personas cuanto más preocupados y concernidos nos sentimos por todo tipo de peligros?
Sean precavidos, no tengan miedo. Y, como el protagonista del anuncio, recuerden lo que llevan viviendo en La Palma por un volcán desde hace meses. Pese a todo, satisfechos por la manera en la que se han ayudado unos a otros. Impresionados de sus ganas de salir adelante. ¿Inexplicable? Tampoco, como cuenta CP Snow en un libro sobre perfiles de hombres extraordinarios, era entendible la euforia que se vivía en Londres en el verano en el que Churchill animaba a ganar una guerra que parecía imposible. No querían vivir asustados.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión