La única certeza del éxtasis es que todo lo que sube tiene que bajar. No se sabe si pasará lo mismo con los precios, si ... van bajar tan repentinamente como han subido o si ya se van a quedar allí, apalancados en unos precios que quizá dentro de poco nos parecerán baratos. Me acuerdo del escándalo nacional que se producía cuando la gasolina subía una peseta.
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Hay días en los que a uno todo le parece caro y paga un mitad y un pitufo mixto a casi cinco euros y se le sugiere al camarero que la mejor propina es volver. Tampoco se puede estar todo el día quejándose desde Málaga, un sitio que le resulta más o menos barato a casi todo el mundo que lo visita, y lo sienten con la misma fuerza con la que a nosotros todo nos parece caro cuando nos vamos arriba, de Madrid a Finlandia. Aquí se ofrece el lujo de la vida, podemos cenar bien al borde del mar o de una montaña por 15 euros y te puedes dar un festival a partir de 50. En Finlandia no creo que pueda hacerse. En Madrid quizá sí, aunque antes hay que pagar los billetes de AVE, que siguen teniendo unos precios inalcanzables o por lo menos inconvenientes para las economías que menos vibran.
Se expande por todo el continente la sensación de que hay empresas y sectores que se están aprovechando de la inflación generalizada para ganar más. Ahora se subvencionan las rebajas, pero es una droga cara. La UE apuesta por la intervención y sugiere que se marquen topes de beneficios y de precios. Aquí, el PP, al auxilio del vencedor, sugiere que el Gobierno compense a las eléctricas por la rebaja en la factura de los ahorradores. Pobrecitas las eléctricas, cuánta pena dan, lo mejor será que no pasen frío y que no les den golpes de calor en su particular pista de baile.
Los que pagan y los que ganan son siempre los mismos, o así me parece hoy. Es posible que esta sensación se diluya con el tiempo. No ayudó un momento cercano en el que descubrimos, en una larguísima y lenta cola para coger un taxi, que volver en Uber, Cabify o similares del Cala Mijas a nuestra casa costaba un poco menos que un viaje a Cuba. Una hora de espera en la cola dejó la ocurrencia en 80 euros, junto a una pequeña depresión matizada por la ilusión fugaz de buscarnos algo cerca de La Butibamba para la siguiente edición del festival, que a saber si el precio del apartamento u hotel no daría también para irse por ahí, a un país caro, y si en el fondo no salía mejor volver en taxi, tal y como hicimos al día siguiente.
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