El cuento de la Navidad
Decía Dickens que «en una época utilitarista es un asunto de gran importancia que se respeten los cuentos de hadas» y añadía que «una nación ... sin fantasía, sin algo de romanticismo, nunca ocupó, nunca puede ocupar y nunca ocupará un gran lugar bajo el sol.» Frente al materialismo a ultranza, un rincón para la imaginación. El cuento de hadas de Dickens nada tiene que ver con bellas damiselas armadas de varitas mágicas sino con la capacidad de trascender lo inmediato para fijar la mente y el rumbo de las vidas en metas que van más allá de lo más prosaico, de lo más evidente. La superación, la creencia en el vencimiento de los obstáculos. La necesaria capacidad de soñar. En eso, como en tantas otras cosas, Dickens sigue vigente. La Navidad puede ser la sublimación de ese espíritu. Ese es el verdadero aliento de estas fechas que hoy se inician con el cántico místico/monetario de los niños de San Ildefonso.
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Un vago deseo de fraternidad y un ansia desaforada de consumo. Ese es el cuento de la Navidad y el del resto del año, por mucho que en estos días adquiera un tono emblemático. Probablemente nadie como Dickens ha sabido reflejar el asunto. Los personajes de su cuento navideño, como los de toda su obra, viajan entre esos dos mundos. El facineroso y los inocentes. El que no es capaz de creer en las hadas y los que albergan algún tipo de difusa esperanza en el ser humano. Nuestros representantes políticos deberían tomar nota. En su afán por ocupar un lugar bajo el sol parecen olvidados de que quien debe ocupar ese lugar es la sociedad que representan. Y para ello, más que utilizar la imaginación a la que se refería Dickens tiran de bulos, tergiversaciones o amaños dialécticos.
Las hadas en las que nos quieren hacer creer poco tienen que ver con la potencia de la imaginación y mucho con la purpurina. El espíritu colectivo anda desfondado y se muestra enormemente incrédulo. El escepticismo político sigue creciendo entre la ciudadanía. Cada vez los políticos están más lejos de aquellos a quienes representan. El tumulto de Paiporta contra Pedro Sánchez y Carlos Mazón fue la punta del iceberg. Lejos de ofrecer horizontes colectivos, unos y otros se esfuerzan en esbozar un futuro fragmentado. Un porvenir roto que solo parece destinado a la facción que representan. Empeñados en crear cortafuegos, limitan el flujo natural de la sociedad. La encorsetan. La hacen más pobre por mucho que los órganos financieros ofrezcan dígitos macroeconómicos positivos. Que se apliquen el cuento. Ese es el mejor deseo que les podemos ofrecer en estos días y en los que, a la vuelta del calendario, vendrán.
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