Walkie talkies, linterna, guantes, batería, agua, botiquín y un rollo de papel higiénico; hacía tiempo que no hacía una maleta de estas, me digo. La ... víspera de mi viaje hacia la frontera entre Ucrania y Polonia, mi hija Macarena posó sobre la mesa de la cocina una cartulina y dibujó una bandera de España, una de Ucrania y entre ellas un corazón muy bien trazado. Gastó un par de rotuladores rojos y otros dos azules y a cada poco paraba y agitaba al aire su mano cansada resoplando: «Uf». Lo colocamos en el salpicadero de la furgoneta que enfila Varsovia al cierre de esta columna preñada de cajas de guantes, sueros, batidos, lidocaína y abrigos.
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En la farmacia de Bilbao, María ha comprado cuatrocientos torniquetes para enviar a Kiev. Se sobresalta uno con solo nombrarlos, como si imaginara cuatrocientas piernas y cuatrocientos brazos y toda esa sangre yéndose, como si en ese momento encontrara una civilización atroz y desconocida, o quizás olvidada. Mi abuela contaba que la parte que más le impresionó de la guerra fue asistir a la amputación de una pierna. Ahora imagino cuatrocientas. Cuatrocientos torniquetes -cuatrocientos- estremecen con solo pronunciarlos como cuando de niño un padre sentado en el filo de la cama recitaba el poema de Rubén Darío a Margarita y, al llegar a la parte en la que el rey hacía desfilar cuatrocientos elefantes a la orilla del mar, se sobresaltaba y casi parecía que temblaba el suelo de la habitación.
Catirina espera a que a su hijo le den el alta en el hospital de Lyiv para cruzar la frontera y que el niño llegue a Madrid, donde le esperan en el colegio de la Fundación Querer. El estrés de la huida le ha provocado un brote que calman con cariño, descanso y sueros. No sé qué se recita en Ucrania a los niños para que se duerman. Oxana espera en Lublin, a Oleg lo acuna su prima en una despensa de Varsovia de la que sacaron la comida para meter a ocho niños hasta que lleguen los refuerzos que los llevarán a Madrid. Lo acuna la hija de María que acunaba en Madrid a Macarena tan cerca y tan lejos de los niños de Mariúpol bombardeada, las camas de hospital volcadas, astillas, techos hundidos, manitas entre los escombros. Ella cuidó de nuestros hijos, es la hora de que nosotros cuidemos de los suyos. La vida siempre termina por dar la oportunidad de que uno devuelva lo que recibió.
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