Dejó aparcado su carrito de la compra junto al portal, como si fuera una vecina que esperara a otra para ir juntas a una compra ... tardía; a que su amiga contestara al porterillo –que es como aquí hemos llamado toda la vida al interfono– para darle un recado urgente. Entonces, algún residente abre la puerta desde dentro y saluda, ante lo que la señora (española, de mediana edad muy currada) baja la mirada y se hace rápido a un lado para dejar paso, aunque realmente no estorba en absoluto. Cosas de la humildad y el respeto.
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En realidad, está allí, un poco apartada pero sin perder de vista su objetivo, porque se ve que no le gusta apostarse junto a los contenedores de basura, donde a esa hora de la noche temprana ya hay tertulia animada de comadres, todas congregadas allí, día tras día, por lo mismo. Para colmo, están haciendo obras en el local de al lado y hay polvo y barro por todas partes, pues la cuba de obra está junto al contenedor donde los empleados del supermercado dejan lo que se desecha cada día. Así que no es el más saludable de los ambientes para recoger comida.
El grupo cada día se hace más numeroso, y muchos se saludan, pues ya se conocen de otras veces. También a los vecinos que a esa hora apuran el último paseo con el perro, y con los que también se cruzan casi a diario. Es la hora de la entrega, y los presentes van rodeando los contenedores para rebuscar y hacerse con las mejores piezas. Se escucha los carritos del súper traquetear sobre el asfalto, los escasos metros que van desde la puerta trasera del almacén hasta el punto de encuentro. Todo lo desechado se transporta en grandes bolsas de basura negras; lo aprovechable suele ir separado, se trata con la máxima higiene y respeto... Todos sabemos que la basura de unos será la cena o el almuerzo de otros.
Saludos cordiales con los trabajadores, algún chiste incluso sobre el cotizado contenido de los paquetes sorpresa, y comienza la operativa del reparto... «Que si quieres champiñones, Mari Loli». Porque la solidaridad real está en la pobreza, en compartir lo que falta, y no lo que sobra. Apenas unos minutos y ya está todo lo aprovechable dentro de los carritos y las cajas de cartón cogidas con pulpos a una motillo con menos papeles que una liebre. Al niñato que una madre se ha llevado para que le ayude, hay que sacarlo del atontamiento del móvil a voces. Toca plegar velas y cada mochuelo a su olivo.
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Ya estamos tardando demasiado en buscar una forma de organizar estas recogidas de comida de una manera que garantice la dignidad de las personas...
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