A estas alturas de diciembre, Málaga alcanza ese punto en el que resulta temerario acudir al Centro, peor si es en fin de semana. El ... último sábado se vivió así, con una formidable saturación en las calles y suficiente gente como para que el suelo se hubiera hundido si los pilares no estuvieran puestos desde la época de los fenicios. No le encuentro mucho atractivo a tirarse a las calles con semejante masificación entre sus luces, sus proyecciones, sus mercadillos y los típicos drones que salen en estas fechas tan señaladas. Hay retenciones de tráfico y las filas de coches en los aparcamientos provocan a su vez nuevos atascos, porque hay colas para todo, para ver belenes y para comerse un gofre con la forma de algún órgano sexual. Las tiendas, reventadas, provocan conatos de ataques de ansiedad como el que tuve yo en un Uniqlo en Madrid. Las comidas, meriendas, cenas y afters de empresa convierten el hecho de encontrar mesa en una aventura sin fin, más o menos resignados a una oferta gastronómica que se enreda en cadenas y multiplicaciones de los mismos negocios en lugares distintos, lo que provoca además que cada vez sea más difícil no solo comer, sino comer bien. No es que haya gente para todo, es que hay muchísima gente para demasiadas cosas.
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Entonces, ¿para qué has ido al Centro un sábado por la tarde en plena explosión navideña, alma de cántaro? Pues muy sencillo: para encontrar al mismo tiempo el refugio y su necesidad. Las salas oscuras siempre son un buen lugar en el que esconderse. Me llama la poesía de Luis Alberto de Cuenca, que participa en el Teatro Echegaray en el ciclo Metalírica, una feliz iniciativa que abunda en la infinita relación entre la música y la poesía. En este caso, los textos llegaron con música compuesta por el también pianista José Carra, una orquesta de músicos de la Sinfónica y José Luis López Antón en la dirección musical. Al llegar al teatro, el personal de sala sabe que el Centro es un territorio complejo de franquear y aceptan las disculpas de los que llegan tarde porque la ciudad se ha vuelto intransitable. Poca gente va a algún sitio, las almas parecen deambular sin rumbo, yo quiero hundirme en un poema y no sé por dónde tirar. Ya dentro, cobijados del ruido y de la masa, el poeta recitaba sus grandes éxitos, que son muchos, como 'El desayuno' o 'Volveremos a vernos'. Los poemas son todos hermosos y la adaptación musical es inolvidable. Salgo con la esperanza de un mundo sensible. La noche reconforta. Solo la lluvia podría apagar esta ciudad en llamas.
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