ILUSTRACIÓN: FELIP ARIZA

Pero éramos campeones en trasplantes

EL FOCO ·

Si no podíamos gestionar los picos de gripe, cómo podíamos hacerlo con una pandemia

Domingo, 20 de septiembre 2020, 09:59

Desde hace años, siglos parecen ahora, ya sabíamos que iríamos al dermatólogo privado si nos descubríamos unas manchas sospechosas. En el Servicio Andaluz de Salud ( ... SAS) nos daban cita en seis meses y claro, ¿y si eran malas? y también íbamos a la consulta de ginecología de pago si el calendario público de revisiones nos parecía demasiado optimista. Pero, aun así, pensábamos que para lo muy importante, para los trasplantes, el sistema era el mejor del mundo, pese a darnos cuenta de que estaba sustentado en parte en la certeza de que gran parte de la población acudía a clínicas privadas, donde las aseguradoras pagan a médicos por consulta lo mismo que una manicura rápida o un corte de pelo. Desde hace años, en esas clínicas no esperaban en urgencias familias de rentas altas: un vistazo rápido, una conversación entre ellos, delataba que eran cada vez más de clase media trabajadora.

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Aun así, un par de veces al año, los políticos nacionales y regionales nos contaban que éramos los campeones mundiales de trasplantes, todo un chute de autoestima como país en forma de titulares en medios, reportajes en telediarios. Sonaba a victoria: «Lo hemos vuelto a hacer». Rafa Nadal ganaba títulos de Grand Slam y España, año tras año, conseguía el campeonato del mundo de la solidaridad y de la sanidad al alzarse con el triunfo del país donde se realizan más trasplantes y donaciones per cápita -el contexto de los datos, la evaluación de los resultados se quedaba para los tiquismiquis-.

Pero, desde hace años, cada vez más médicos trataban de explicar a los pocos que les querían escuchar que los trasplantes eran la operación perfecta de propaganda para unos políticos que tenían que evitar que se viera que la sanidad hacía aguas. Había que dar más relevancia a las donaciones que a las quejas de los médicos de primaria, sin ni siquiera diez minutos para ver a los enfermos.No era fácil conseguir la atención si se hablaba de este asunto: los interlocutores no querían saber que la estrategia para conseguir esos titulares tenía truco. «No puede ser», contestaban los españoles orgullosos de ser los mejores en algo que suena a operación compleja, a ciencia, a sanidad fetén. Era como si les hubieran dicho que Nadal ganaba dopado, que Indurain subía el Torumalet con ayuda química ilegal. Somos campeones del mundo de trasplantes y tenemos el mejor sistema sanitario del mundo, era la canción. No hay más que hablar.

En esta ciudad ha habido días en los que se ha dejado a enfermos en observación de Urgencias durante dos días

Los escépticos, sin voz mediática salvo unas cuantas tribunas en 'El País', no tiraban la toalla a la hora de explicar en qué consistía el milagro español de los trasplantes, a riesgo de que les tacharan de auténticos cenizos. Mientras muchos médicos -recordemos, los mejores de sus bachilleratos durante los últimos 20 años- iban encadenando contratos precarios, mientras los hospitales hechos hace 60 años acumulaban achaques, en muchos centros había un grupo dedicado a los trasplantes que completaba de manera generosa sus nóminas, sin que vieran nada equivalente cirujanos a los que le tocaba salir a dar malas noticias de quirófano quizás porque esos familiares habían llegado a la mesa de operaciones demasiado tarde.

Los trasplantes son unas operaciones muy llamativas y han sido un avance médico indiscutible. Cómo obviar la emoción de que otro te dé vida después de muerto, de ver latir un corazón extraño en una caja torácica nueva pero, técnicamente, hay intervenciones más complejas: quitar tumores cerebrales sin dejar secuelas, realizar varios puentes coronarios a un corazón dañado, intervenciones delicadas en la columna vertebral. Un trasplante cura a quien está condenado a morir pero también eso lo hacen tratamientos contra el cáncer de pacientes que pueden llegar con su enfermedad demasiado desarrollada por las listas de espera.

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En 2014, Javier Padilla, un activo médico de primaria en las redes, escribió un post en su blog: '¿Tú eres más de gripes o de trasplantes?'. En el escrito, el médico explicaba que hay cosas que se repiten todos los años invariablemente: el Concierto de Año Nuevo, los cumpleaños o la gripe. Y, sabiendo que esto ocurre, criticaba que siempre que llega el pico de la gripe las urgencias se colapsan. Se nos olvida, pero en esta ciudad, en el Carlos Haya, ha habido días en los que se ha dejado a enfermos en observación de Urgencias durante dos días, esperando que se liberaran camas en plantas y en UCI. Todos los años. Se preguntaba Padilla qué decía eso de los gestores sanitarios. Le faltó reflexionar sobre qué pasaría si llegaba una pandemia. Desgraciadamente, ahora, lo sabemos. Si no podíamos gestionar los picos de gripe, cómo podíamos hacerlo con una pandemia. Y habrá quien se pregunte que cómo es posible, si éramos los campeones del mundo de trasplantes, y Alemania no, por ejemplo. Cómo puede ser que los alemanes estén controlando mucho mejor la Covid-19 y eso que su sanidad es toda concertada, añadirán los talibanes de la sanidad gestionada en exclusiva desde la Administración. Y eso que no copiaron nuestro modelo de trasplantes, como no lo ha hecho casi ningún país.

Cuando los médicos de urgencias bregaban con familiares de enfermos enfadados, con la búsqueda angustiosa de camas libres, en los boletines oficiales estaban las tablas de los incentivos salariales a los trasplantes: extracción de un riñón, pongamos por caso, 1.500 euros, trasplante de riñón, 4.600. ¿Intervención de urgencia para salvar un riñón por puñadala? Salario habitual.

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Hace unos días, ante la situación desastrosa sin paliativos en esta segunda ola de la pandemia, Padilla escribía en Twitter: «Nuestro sistema es tener un Ferrari en la puerta de una chabola. Primeros en trasplantes pero colapsados con la gripe e incapaces de poner la Salud Pública en el centro». Salud Pública, por cierto, que pasa por invertir más en políticas de prevención de la obesidad, o del alcoholismo, causante este último de cirrosis que acaban provocando la necesidad de un hígado nuevo.

Esta semana ha llegado a las librerías el último título de Antonio Escohotado, 'Hitos del sentido' y, en el prólogo, alerta sobre los fanáticos que prefieren el slogan fácil a la información compleja. «Mejor sistema sanitario del mundo», «campeones del mundo de trasplantes». Ahora sabemos lo que escondían esos titulares.

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