Caminar sin maquillaje
Ayer celebró la comunidad cristiana católica Pentecostés. A los cincuenta días de la resurrección de Cristo, Pentecostés remite directamente a la llegada del Espíritu Santo, ... el gran desconocido para muchos creyentes en Cristo y al que la fe cristiana reconoce como Dios. Han sido millones de personas los que vivieron esta fiesta. Muchos de ellos, cristianos malagueños. Y de esos millares de católicos un número considerable ha estado en el Rocío, santuario mariano por excelencia que en estos días ha vivido la efusión del Espíritu.
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Espíritu que es consuelo en medio de las fatigas del camino de la vida; un camino, que de manera simbólica, en lo que a la vida se refiera, han transitado muchos malagueños en los días previos a Pentecostés. Lo han hecho en dirección a la aldea almonteña, hasta alcanzar el encuentro con la Blanca Paloma, la Virgen del Rocío. Benedetti escribía que «se retrocede con seguridad pero se avanza a tientas; se avanza a tientas vacilante hasta que una noche se introduce en un túnel o destino que no se sabe dónde acaba». Para muchos eso es la vida, el camino de la vida: el que Dios ve y acaso los hombres o mujeres también. El iter expuesto a la luz de nuestros sueños y anhelos de plenitud con su más y sus menos. Un camino que no siempre será fácil y que, frecuentemente, remite al corazón y a la fe.
Quizá por eso a veces se encoge el corazón cuando descubres que el camino no te sirve si no te conduce. O te descubres en medio del camino sin entender muy bien qué pasa. Es, en ese preciso instante, cuando lo importante es descubrir la verdad íntima y última del ser para que la tristeza sea un paso más y no un modo de abandonarse. Instalarse para siempre en la comarca de la tristeza no es recomendable; es preferible caer solo cuando sea necesario. Un camino que irremediablemente, si hacemos un ejercicio de verdad, conducirá instintivamente a la verdad y la vida.
Escribió alguien alguna vez que conviene plantearse que lo único que no vuelve es el tiempo y esas verdades con que pudimos ocuparlo. Es así, no hay otra opción. Y eso ocurre cuando experimentas en el camino ese latido capaz de hacerte sentir tan vivo que asusta. Ese latido que es inicio y destino. Cuando toca caminar lleno de vida, sin maquillajes.
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