La caja negra de la curiosidad
Me pregunto cuántos de todos esos adolescentes que se sienten angustiados, deprimidos, son curiosos
Cómo nos gustaría poder preguntar a Chatgp, ese juguete de la inteligencia artificial, qué hacer para que nuestros hijos fueran personas curiosas. Que nos lo ... contaran en un libro, en un tutorial de Youtube, en un vídeo de Tik Tok, en un hilo de Twitter, en un post de Instagram. Pero no. Es un misterio. Una caja negra. ¿Qué es lo que provoca que se tenga un interés por saber más? ¿Que se te pase el tiempo volando sin que te hayas dado cuenta, no sé, aprendiendo de las polillas? Lo de las polillas tiene su historia, porque es una de las que cuenta el conde Rostov, protagonista de la maravillosa novela Un caballero en Moscú, de Amor Towles, cuando tiene que explicar la evolución de Darwin. El aristócrata, en arresto domiciliario en el mejor hotel de Rusia, consigue transmitir curiosidad en esas páginas porque es un observador constante del espectáculo de las relaciones humanas, de la gastronomía, de la sociología o de la Historia. Cuando aceptas la maravilla que la cotidianidad despliega delante de nuestros ojos es más fácil agradecer estar vivo, si eres curioso, porque siempre vas a querer saber más, de cómo funciona todo, incluidas las relaciones humanas. Pero para eso hace falta salir del ombligo del yo y, sin olvidar la introspección, tener la humildad del sólo sé que no sé nada. Y disfrutar el camino. Me pregunto cuántos de todos esos adolescentes que se sienten angustiados, deprimidos, son curiosos. Si lo eres, inevitablemente te interesas por lo más pequeño, las polillas, hasta el cuadro más inmenso, la geoestrategia o la astronomía y todo añade perspectiva. Los problemas propios encogen.
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Sigamos con esa novela en la que el conde, en sus vivencias en el hotel, encuentra una aliada en una niña. En dos niñas. No destripo más. A las que habla como si fueran bastante adultas, se las toma en serio y procura contestar a sus preguntas como se merece una curiosidad sin malear. La curiosidad está en una caja negra, insisto, pero no ayudan a fomentarla los padres que se cansan pronto de las preguntas de esas edades en las que sí se tiene la sensación de que todo está por descubrir. Como en parte nos sigue pasando a los adultos porque ¿cuántos sabemos cómo funciona la electricidad? ¿cuántos seríamos capaces de entender qué hay detrás de la mayoría de las telecomunicaciones? ¿cuántos sabríamos explicar la historia del cáncer? Por eso, recuerdo que buena idea me pareció un festival que hacían en alguna ciudad de EE UU que se llamaba «Dime algo que no sepa». A modo de un show de monólogos, cualquiera con un conocimiento un poco más profundo sobre cualquier aspecto de la vida podía contar lo que sabía de cualquier cosa. Porque, bien contado, hasta la vida de las polillas puede ser fascinante.
El conde de nuestra novela, insisto, hablaba de cualquier cosa a las niñas en un tono adulto. Sólo podemos aprender si nos ponen el listón cada vez un poco más alto y el vocabulario, tenerlo amplio, es indispensable como herramienta de conocimiento. Sin embargo, ahora, coincidiendo con la escasa natalidad, hay una tendencia creciente a hablar a niños de diez años como si fueran casi bebés y los perros como si fueran niños. Luego llegan las etiquetas. «Retraso madurativo» es una de ellas. Pues claro, si se les habla como si tuvieran varios años menos. Si se habla, por cierto, porque ahora miles de niños lo que hacen es mirar una pantalla en una mesa del restaurante mientras sus padres departen con otros adultos o también miran al móvil.
El curioso es un inconformista en el mejor sentido precisamente porque sabe lo que no sabe
Eso ocurre en paralelo a ciertas corrientes pedagógicas que pretenden enseñar cualidades del carácter, ellos lo llaman valores, en asignaturas. Con su temario, su libro, sus explicaciones. Sin darte cuenta de que el carácter se puede educar en todas las asignaturas. Se puede enseñar a ser fuerte, valiente, generoso, curioso, honrado, agradecido de manera sutil y nada de eso, sin embargo, llega a permear como debiera en una planificación de una asignatura de inteligencia emocional. Querría poder decir que la filosofía nos debería ayudar en este empeño curioso pero me temo que en miles de nosotros dejó poca huella lo que dimos en COU y en BUP. Pero no culpemos a la asignatura de lo que fue responsabilidad quizás de profesores mejorables.
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Quizás para ser curioso, además, convenga aburrirse primero. Algunos hemos podido asistir al fabuloso espectáculo de un adolescente firme opositor a la lectura que, sin nada que hacer, en un entorno sin wifi, sin televisión, sin amigos, ha sido capaz de coger una novela. Sin embargo también vivimos tiempos en los que los padres son gestores de agendas de actividades de sus hijos. Con las mejores intenciones, por supuesto. Con el firme propósito de no contestar al «¿qué hacemos?» con un «nada». Momento en el que podríamos contar la leyenda de la siesta de Newton bajo el manzano. Conviene relatarla siempre, por otra parte, porque es la esencia de la curiosidad. Una manzana que cae y un por qué.
Enumeradas algunas bondades de la curiosidad y la frustración de no saber cómo provocarla, quedan dos cualidades más. El curioso es un inconformista en el mejor sentido precisamente porque sabe lo que no sabe. Es más difícil de manipular. No le basta quedarse en un mantra de pancarta o en un pensamiento camiseta. Por eso incluso está alerta ante los que dicen promover el pensamiento crítico y de su boca solo salen coletillas o descalificaciones, etiquetas que, al usarlas, dinamitan un posible debate. Negacionista, por ejemplo. Un curioso hasta el tuétano se debería poner alerta ante los que usan esa palabra para evitar un debate complejo y con grises.
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Y llegamos a la más importante: la capacidad para hacerse preguntas. En un mundo donde la Inteligencia Artificial nos va a dar respuestas de muy alta calidad, destacarán los que dominen el arte de hacer preguntas. Los que sepan qué pedir o para qué nos puede servir mejor esa red neuronal artificial. Los que pregunten qué inicia el proceso de la curiosidad y, me temo, que, por ahora, el secreto esté en una caja negra.
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