«Hace 137 años nació Blas Infante. Le debemos la gran obra de avivar el orgullo andaluz y una fuerte convicción: nuestra autonomía. Mi respeto ... y reconocimiento. Por encima de todo siempre estará Andalucía y los andaluces». Este es el texto que escribió el otro día Juanma Moreno, presidente de la Junta de Andalucía, para acompañar una foto en la que se le ve circunspecto frente al busto de Infante, en el Parlamento andaluz, en un acto organizado para conmemorar su nacimiento. Entiendo que habrá muchos que admiren la astucia política de un PP que aparente sentirse cómodo con el discurso andalucista, esa estrategia que piensan unos gurús que llevan lustros aconsejando a la derecha andaluza que se acomode a las reivindicaciones de bandera blanquiverde para hacerse perdonar que no fueran ellos, sus padres más bien, los que se echaron a la calle a pedir un referendum que nos equiparara a las comunidades de nacionalismo rancio e histórico. De ahí aquellos años, porque fueron años, en los que Javier Arenas y los suyos se sentaron a negociar detalles de una reforma del estatuto andaluz que no era una necesidad, como demostró una participación del 36%.
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Pero vamos con el análisis de texto. Mantiene Juanma –así ha quedado claro que le gusta que le llamen– que a Blas Infante «le debemos la gran obra de avivar el orgullo andaluz». Me gustaría saber a quiénes se refiere con la primera persona del plural. ¿A su partido, a sus amigos, a los andaluces, al Parlamento? Si pretende trasladar que se lo debemos todos los andaluces pudiera ser que yo habite en una burbuja, no demasiado minúscula, en la que no existe ese sentimiento. Es más, muchos de mis conocidos no saben muy bien qué hizo, qué escribió, qué mantuvo Blas Infante, al margen de que les empiece a sonar la coletilla de «padre de la patria andaluza» cuando muchos ni consideran a Andalucía una patria. Y eso no es incompatible con sentirse andaluz, con estar encantados de vivir en Andalucía, con admirar muchos aspectos de la región más grande y diversa de España. Un amigo me dijo ese día que a él «Blas Infante» le suena a pregunta de examen y, sí, puede ser que a los niños de ahora se les haga estudiar los logros de ese señor y su nombre sea parte de un temario. Muchos de los que tenemos 50 años o más, quinta de Juanma, criados en los benditos 80, no sabemos –aquí utilizo yo el plural aunque por razones obvias de mi profesión claro que sé quién es– apenas nada de la biografía de este personaje, algunos ni siquiera descubrimos el himno andaluz hasta que fuimos adultos hechos y derechos. El otro día hice una pregunta a una dependienta sobre Infante: «¿Un escritor?». Ni idea. Pero le tranquilicé, le dije que no se sintiera ignorante, que era habitual desconocerlo. Está claro que el postureo político va por otro lado. Nadie quiere romper un falso consenso alrededor de su figura. Ciudadanos lo podría haber hecho, no en vano fue el único partido que en 2007 pidió el «No» a esa reforma del Estatuto Andaluz a la que, al menos, debemos un delicioso artículo de Sánchez Ferlosio, Andazulía. En él, se choteaba de la cursilería del prólogo, escrito por «los cocineros del estatuto», que « se las arreglaron con las existencias que tenían a mano, pero no porque no quisiesen poner en riesgo la vida de ningún soldado, sino porque su paladar cerebral se conformaba, y acaso hasta se complacía, con esa mayonesa elaborada a base de los inertes y baratos estereotipos que ya hay en la despensa».
Sigamos con el texto del presidente de la Junta y la deuda que tenemos con Infante, o sea, ese «avivar el orgullo andaluz». Con el orgullo hay un problema y es la línea fina de sus acepciones, del sentimiento de satisfacción por los logros a la arrogancia o superioridad. ¿Puede acabar una satisfacción avivada en superioridad? O sea, ¿podemos los andaluces acabar albergando los sentimientos nacionalistas de catalanes o vascos? Estoy bastante segura de que no pero me recordaba una historiadora estos días que, con el nacionalismo, todo es ponerse, como ha demostrado el PP, sí, el PP, en Galicia o en Valencia. Ese PP de Nuñez Feijóo que, nada más ser elegido presidente de su partido, dijo que habría que practicar un «catalanismo cordial».
Si vamos con la acepción sobre los logros, creo que los andaluces tenemos dónde elegir pero no se me ocurre manera alguna de que los escritos de Infante nos hicieran más conscientes de gestas históricas o de la épica cotidiana de los que tuvieron que emigrar, dentro de España, a Europa o a América. Porque son los logros que elijo yo, o el liberalismo de Cádiz. Pero allá cada uno. Blas Infante no fijó un canon de orgullo y sí se lanzó a un batiburrillo sobre nuestra identidad que hace que historiadores como el recientemente fallecido Fernando García de Cortázar afirmara que el hecho de que el notario de Casares fuera fusilado «no sacraliza su obra, cargada de fantasías y barbaridades».
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«Mi respeto y reconocimiento» es correcto, no lo hace nuestro, a diferencia de la primera frase. No es, afortunadamente, inclusiva. Es suyo, de Juanma. Los demás podemos reconocer y respetar a Blas Infante como lo podemos hacer con la inmensa mayoría de nuestros congéneres.
«Por encima de todo siempre estará Andalucía y los andaluces», cierra el tuit el presidente de la Junta. El problema comienza con la falta de concordancia, reprochable en un texto institucional de la máxima autoridad en Andalucía. Y continúa con el fondo. ¿Por encima de todo? ¿Qué es todo? ¿Pudiera ser el interés general de España, por ejemplo?
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A lo mejor existe el Síndrome del Hospital de las Cinco Llagas, a modo del de La Moncloa, que provoca que los que allí trabajen se desconecten de la realidad del pueblo. Si no, que salgan a la calle, a un polígono cualquiera, de talleres, de facturas de luz, de trabajadores fijos discontinuos, de cuotas de autónomos y pregunten lo que le debemos a Blas Infante. O simplemente quién era Blas Infante.
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