ILUSTRACIÓN A.S.P-

LA ANGLOFILIA, ESE AMOR

EL FOCO ·

Tener veintitantos años y trabajar en Londres sigue siendo el sueño comprensible de miles de jóvenes desde hace décadas

Domingo, 10 de enero 2021, 12:07

La anglofilia es un amor no correspondido y, cuando nos percatamos de sopetón con el 'Brexit', para los más ardientes amantes de la Gran Bretaña ... supuso un mazazo. Precisamente por anglófilos no nos debería haber extrañado tanto. Algunos revisamos nuestros gustos e incluso concluimos que aquel país que nos pareció el chulo del continente, el más soberbio y macarra, deseoso de dejar nuestro club de la Unión Europea, no se merecía nuestro amor. Pero, ay, el amor es irracional, sabemos ahora y con los cielos sin aviones por encima del campo de golf del Parador, qué ganas de volver a Londres. En Málaga, además, nos habíamos acostumbrado a esos vuelos más baratos que el AVE a Madrid, incluso a poder volar al aeropuerto de la City, única ciudad española que mantenía esa conexión.

Publicidad

El otro día, en la escalera del Ateneo, coincidí con una ex alumna de San Telmo que le contaba a Victoria Abón, su profesora, lo bien que le iba trabajando en Londres. Pese a la variante británica de la Covid-19, se volvía en unos días y con ganas. Tener veintitantos años y trabajar en Londres sigue siendo el sueño comprensible de miles de jóvenes desde hace décadas. Desde que, adolescentes, mirábamos con envidia a aquellas chicas mayores que se largaban a ser dependientas de Benetton, era pre Zara. Ahora se marchan a sus universidades: desde hace varios cursos, todos los años comienzan allí sus clases unos 15.000 españoles. Allí podrán saborear el mejor globalismo, palabra que desprecia ahora el populismo de derechas. Ese que permite que en un aula, ahora virtual, haya chinos, indios, españoles, polacos, británicos, italianos y alguno de Isla Mauricio o Jamaica o vete a saber. Lo de que «el continente se ha quedado aislado» es una chulería de su manejo del sarcasmo, pero lo cierto es que, comparado con la escasa variedad geográfica de un aula española, tiene cierto sentido. Hace poco, el europarlamentario Luis Garicano recordaba que, con el 'Brexit', la UE se quedaba con pocas universidades entre las mejores del mundo.

Los anglófilos, mientras, no tendremos más remedio que seguir siéndolo viendo 'The Crown' o 'Los Durrell'. Leyendo una biografía de Wallis Simpson escrita por Diana Mosley, una de las hermanas Mitford. Para familias de alta alcurnia extravagantes se pintan solos. A ver qué saga española puede compararse con esas hermanas británicas, con una Nancy, escritora de humor ácido, amante de héroe de la resistencia francesa o una Diana, capaz de acabar con un matrimonio con una fortuna considerable para liarse antes de la Segunda Guerra Mundial con Oswald Mosley, líder de los fascistas británicos. Nuestra anglofilia no puede disminuir porque muchos les debemos nuestra educación musical, desde una infancia con los Beatles de fondo a una madurez petarda a veces con Adele. De Pink Floyd a The Cure, de los Who a los Proclaimers, de The Police a Inmaculate Fools. Y la música, con el olfato, es el detonante de la mejor nostalgia y qué es la vida sino crear recuerdos placenteros.

Nuestra anglofilia no puede disminuir porque muchos les debemos nuestra educación musical

Olores, por cierto. El té de media tarde. El que bebe la clase obrera de las pelis de Ken Loach, sin tonterías, PG Tips. Obreros y aristócratas, un sistema de clase marcado por un acento que denota si has pasado por Oxbridge, del que gusta saber pero no vivirlo. Y la estética estrafalaria que hace imposible que podamos entender desde aquí las pintas con las que aparece a veces Boris Johnson, al que odiamos por demagogo y populista, pero perdonamos un instante cuando ofrece a la prensa una bandeja con tazas de té desparejadas o hace gala de su manejo del latín. Pero también tienen el estilo de los sastres de Saville Road, el tweed, el verde caza, la pana, la franela, las camisas oxford, todo lo que hizo que Julio Camba, al encontrarse por Londres con el malagueño Sancha, dijera de él que era uno de esos andaluces que pasan por el perfecto inglés, como tantas veces ocurre en Jerez, ese vino que endulza a las viejitas y, desde que apareció en los aperitivos de Downton Abbey, a los jóvenes londinenses en los sherry bars. Ojalá eso con los pajaretes.

Publicidad

Qué decir de la decoración. No hablamos de la horripilante moqueta de los cuartos de baño, pero sí de los estampados de las telas, de los diseños de William Morris, de las escuelas de Arts and Crafts -por cierto, en Málaga, en el Museo del Vidrio podemos disfrutar de una vidriera de Morris, que se ve desde la calle, enfrente de San Felipe Neri-. De los sofás chester, de los cuadros escoceses, de esa atmósfera cálida frente a la frialdad nórdica.

Cuartos con tapicerías inglesas desde los que ver por la televisión deportes que tanto le deben al Reino Unido. El fútbol, el atletismo, el golf. El tenis y ese verso del poema If de Kipling encima de la puerta que va a la cancha principal de Wimbledon y aconseja tratar por igual a la derrota y a la victoria, esos dos impostores. La forja del carácter de la educación tradicional, esa misma que mantiene abiertos colegios desde hace varios siglos, que nos abruma con su historia en el patio central del Trinity College de Cambridge. La revolución industrial que en Málaga nos dejó chimeneas en el Paseo Marítimo y a ellos marcas de coches que ya no están en sus manos. Jaguar es de la india Tata, lo que no deja de ser un varapalo para los que dominaron el subcontinente desde campos de polo con gintonics. Quedan sus diseños de coches: Los Rolls, los Jaguar, los Morgan o el primer Mini Morris.

Publicidad

Los anglófilos, si nos empeñamos, encontramos mil clavos a los que agarrarnos. Porque crecimos con libros de Hornby que nos decían más que las novelas españolas ambientadas en la posguerra. Por esos clavos, ojalá el divorcio del 'Brexit' sea lo más amistoso posible. Ojalá, cuando pase esto, Málaga siga siendo la ciudad mejor comunicada del mundo por avión con el Reino Unido y lo sepamos aprovechar. Además, tenemos que ir al Chelsea Flower Show y admirarnos de su pasión por la jardinería. He de parar. La anglofilia, esa enfermedad.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad