Estremecidos por el momento que se creó en una plaza abarrotada para despedir una feria tan esperada, el público se puso en pie para aplaudir ... con fruición cuando la orquesta Crucero terminó de cantar el tema de Rosana: «No te vayas nunca, porque no puedo estar sin ti; si tú no estás aquí, me quema el aire. Si tú no estás aquí, no sé que diablos hago amándote; si tú no estás aquí sabrás que Dios no va a entender porqué te vas». Era el homenaje de todo un pueblo a Alejandro Giménez Lobato, que no quiso descuidar su labor como Mayordomo de la Virgen de la Concepción en la Feria de Mayo de Montejaque, pese a la trágica pérdida de su esposa, Alejandra Gómez Campos, el pasado 7 de marzo a una edad tan temprana que rompió el corazón de todos los que la conocían. Ese domingo 15 de mayo, envuelto en la emoción, se puso el colofón a tres años de intenso trabajo y a tres días de sentimientos contrapuestos por las sentidas ausencias de muchos vecinos a los que la pandemia y las enfermedades habían privado de acompañar a la patrona en fechas tan señaladas.
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Alejandro Giménez aguantó enhiesto, el rostro desencajado y las lágrimas brotándole sin parar escuchando esa letra que cortaba el aire y destrozaba el alma. «No quiero estar sin ti si tú no estás aquí, me sobra el aire»... Cuando la música cesó, entre los aplausos de los presentes, los cinco mayordomos de la Virgen se fundieron en un eterno abrazo para despejar toda la presión acumulada de tantas horas en vilo por la organización de una fiesta y de los actos de esa Virgen de la Escarihuela que procesionó el viernes por las calles del pueblo serrano durante más de tres horas -no se recuerda una duración igual en la historia de Montejaque, pues eran muchos los hogares en los que detenerse para intentar llenar el vacío dejado por las ausencias inesperadas- y el sábado recorrió en romería el camino hacia la ermita entre el bullicio de unos fieles que anhelaban ese mágico momento.
Alejandro Giménez dejó a sus compañeros todo el tema festivo y se centró en arropar a esa Virgen a la que se encomendó sin remedio cuando Alejandra subió al cielo. Su corbata negra iba en consonancia con la tristeza de su rictus que apenas podía disimular. Tenía la necesidad de terminar con la misión encomendada por la tradición de organizar los actos de la Virgen, pero su corazón esquivaba la fiesta porque apenas emitía el latido necesario para seguir adelante con una vida a la que el destino le arrebató lo más importante de su existencia, la madre de sus hijos y su compañera del alma.
Ese aplauso general con la plaza puesta en pie fue el reconocimiento a su labor y la forma de consolar a una persona que ofreció una lección de entereza y ejemplaridad a un pueblo del que emana aflicción, pero que por unos días circundó la realidad porque esa pequeña y bella imagen de la Virgen merece todo reconocimiento. Así lo sintió también Alejandro Giménez Lobato y así se lo agradeció su pueblo.
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P.D.: Gracias a Sergio García Gavilán, José Manuel Domínguez López, Miguel Naranjo Calle, Cristóbal Calle López y Alejandro Giménez Lobato por permitirme el honor de pregonar las fiestas en honor de nuestra patrona la Virgen de la Concepción-Escarihuela.
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