Velas en recuerdo de Charlie Kirk. Efe
Entre Líneas

La banalidad del odio

Los moderados de la derecha y de la izquierda son más necesarios que nunca para salvar en Europa el barco de la democracia liberal

Alberto Surio

San Sebastián

Sábado, 13 de septiembre 2025

Cuando el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, ha asumido el 'me gusta la fruta' de Isabel Díaz Ayuso en un vídeo en el que ... aparece cantando 'Mi limón, mi limonero' deja entrever que ha asumido el insulto de la presidenta de la Comunidad de Madrid cuando llamó 'hijo de puta' al presidente del Gobierno. No estamos ante una anécdota banal del verano sino en medio de un terreno embarrado que empieza a compartir la derecha convencional y la extrema derecha y que se sustenta en la deslegitimación democrática y personal del presidente del Gobierno. Al fondo, la cultura del odio que se ha adueñado de una buena parte de la conversación pública, en parte por la voracidad de las redes sociales.

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Que el grito 'Pedro Sánchez hijo de puta' se haya extendido con éxito por conciertos y eventos juveniles a lo largo de toda España este verano demuestra la eficaz campaña que la extrema derecha ha desplegado para librar la batalla del relato y ganarla en un determinado sector de la ciudadanía. Es una contienda que se libra en el terreno cultural y que refleja un brutal deterioro democrático.

El paradigma extremo de esa toxicidad es la aberrante deriva en Estados Unidos que ha reflejado el asesinato del activista Charlie Clirk. El odio está destrozando muchas conciencias en una sociedad en la que el empleo de las armas, de por sí, representa una grave patología. Demuestra que también desde el campo 'antifascista' se puede engendrar un monstruo totalitario si no se frustra a tiempo determinados procesos de negación del 'otro'.

La resaca de este crimen encierra unas derivadas que no deben soslayarse. Los ideólogos del supremacismo blanco han elogiado la falta de complejos de este activista. Lo delirante de sus tesis debían ser combatidas desde la palabra, nunca desde el asesinato. La venganza se ha apoderado hasta el delirio de la vida social y política de los Estados Unidos. La polarización entre dos bloques ha hecho estragos, lleva a determinados adversarios a pelearse como despiadados y fríos enemigos. El veneno se ha apoderado de la otrora vibrante democracia norteamericana, la de Jefferson y Franklin.

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Aquel idealismo hace muchísimo tiempo que desapareció. La discusión de modelos ha desembocado en un choque irreconciliable, dos bandos que se sienten amenazados entre sí, atenazados por los extremistas y el fundamentalismo y bajo la losa de la incapacidad para gestionar una sociedad compleja, que salta por los aires con el disparo de un rifle telescópico.

Cuando la América blanca y cristiana de la tradición desprecia y odia a los liberales asistimos a un fracaso profundo. Alguna autocrítica también deben hacer quienes en la cultura 'woke' han actuado siempre con arrogancia y un complejo de superioridadad moral. De aquellos polvos estos lodos. Pero la disyuntiva moral que está en juego resulta una verdadera batalla cultural.

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Que la cultura de la venganza y del resentimiento vuelvan a primer plano pone de relieve que el recurso a los instintos más básicos y primarios siguen siendo un ingrediente natural que forma parte de la condición humana. En esa pelea de valores la derecha tiene mucho que decir porque no puede permitir que los ultras se apoderen de mensajes sobre la seguridad, la ley y el orden. Pero la izquierda tiene que mirarse también quienes en su seno cultivan la demonización del antagonista. El lenguaje nunca es inocuo.

Puede que en Estados Unidos la dinámica de los hechos consumados se apodere del debate hasta ahogarlo en el salvajismo y la locura. La verdadera lucha va a venir a partir de ahora en el corazón herido de la democracia liberal europea. Europa se juega su ser o no ser en su proyecto de libertad y cohesión social. Los moderados en la derecha y en la izquierda son necesarios para salvaguardar el barco. Mirar hacia otro lado es suicida. Nos hundimos todos.

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