En los últimos tiempos hemos sido víctimas de un irrefrenable deseo de adivinar los resultados electorales. Nos pasamos la precampaña y la campaña hablando, escribiendo ... y debatiendo sobre quién va a ganar, como si el juego, si es que se le puede llamar así, consistiese en acertar el resultado. Y poco más. Sin esperar al 28A.
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No recuerdo una campaña electoral en la que se haya hablado tan poco de programa y, en cambio, se haya insultado tanto; entre los propios candidatos y entre sus ultras, que utilizan las redes sociales para el acoso político e ideológico. ¿Cuánto habrá sufrido estos días Julio Anguita, defensor de aquello de programa, programa, programa? Esta campaña se ha caracterizado sobre todo por un intolerable nivel de violencia verbal, al que han contribuido también, y es una pena decirlo, algunos periodistas y medios de comunicación convertidos en 'hoolingans' del fondo sur mediático. No extraña que se produzca el trasvase de periodistas a la política, porque hay algunos que desde hace tiempo hacen política desde el periodismo.
Este nivel de agresividad es inversamente proporcional al nivel de nuestros líderes, estrellas del 'mainstream' político, capaces de cantar, bailar, tocar la guitarra, montar a caballo, en moto, en tractor o lo que sea menester; de decir digo donde dijeron Diego, o de manosear la ideología, las ideas y la propia ética para adaptarlas a los intereses del momento. Como cinco gallos en un corral, Pedro Sánchez, Pablo Casado, Albert Rivera, Pablo Iglesias y Santiago Abascal han exhibido la nueva forma de hacer política, convertida en un medio para alcanzar su fin.
Así las cosas, la campaña ha tenido dos partes bien diferenciadas. Una primera, cuando se podían publicar encuestas, en la que el juego adivinatorio parecía cosa de niños y todos daban por segura una victoria del PSOE de Pedro Sánchez.
Y una segunda parte, la última semana, sin encuestas de por medio, en la que empezó a cundir la sensación de una auge de Vox superior al esperado y una enorme igualdad entre los bloques de izquierda y derecha.
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La primera parte se basó en sensaciones demoscópicas y la segunda, en sensaciones de la calle. Habrá que ver cuál de las dos se ajusta más a la realidad.
Lo único cierto es que España elige hoy a los líderes que gobernarán el país los próximos cuatro años. Y digo líderes porque es evidente que el próximo Gobierno saldrá de pactos de partidos de la izquierda (con o sin nacionalistas e independentistas) o de la derecha.
Y en un análisis quizá reduccionista, Cataluña ha estado en el centro de las elecciones y va a determinar en gran parte, según el concepto que se tenga de la unidad de España, el resultado de este 28A. Se ha gritado tanto, ha habido tanto ruido y tantas voces, que quizás muchos no han sabido o no han querido escuchar la calle ni a su gente, esa gente alejada del espectáculo, de los 'realities' políticos y que hoy votarán con la cabeza, pero sobre todo con el corazón y el hígado.
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