Las Hermanas de la Cruz, en su convento.

Me acuerdo de todos

Mi año con la pandemia ·

Me niego a que las cifras ganen la batalla a las historias. Recuerdo todas y cada una de las que se han escrito en los márgenes

Domingo, 31 de enero 2021, 02:56

No quiero que el 999 sea un número más. La estadística dice que son los muertos por Covid en la provincia en un año, pero ... en los últimos días mi memoria se empeña en ir por otro lado. Me acuerdo de muchos de ellos. De los que se han marchado, sí, pero también de los que han ido contándome sus historias en esos márgenes.

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Me acuerdo de Ana, que escapó del Covid pero no de un cáncer de ovarios que pone a prueba su esperanza y que la mantiene colgada del calendario para ver cuándo puede abrazar a sus hijos sin que le duela todo el cuerpo.

Me acuerdo de Óscar y de Santi, de su trabajo en primera línea sanitaria y de la huella que dejó en ellos el bicho. Del miedo por contagiar a los suyos, pero también del compromiso por seguir en la trinchera.

Me acuerdo de Esther, que parió a su segunda hija a finales de marzo, sola en las últimas revisiones y con la angustia atroz de no saber aún si aquella sería la primera herencia para su bebé.

Me acuerdo de las Hermanas de la Cruz, en clausura de todo menos del Covid, que se quitaban la comida de la boca para dársela a los que llamaban desesperados a la puerta de su convento.

Me acuerdo de Verónica, de Marta y de Charo, sanitarias, que no lo duraron un segundo cuando les pedí ayuda por el grupo de 'whatsapp' de mi hija pequeña porque sabía que el testimonio de las tres era importante para salvar vidas.

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Me acuerdo de Antonia y de Natalia, madres leonas: la primera con dos de sus tres hijos con trastorno del espectro autista y la segunda con una de sus mellizas con graves problemas de visión. Del milagro cotidiano de las dos por superar otro día más de encierro.

Me acuerdo de Gabriel, de Fali y de Manuel, que viven en la calle y que no entienden cómo la gente puede llegar a quejarse de que el hogar y el techo (¡el techo!) se han convertido en una cárcel.

Me acuerdo de Araceli y de Cristina, psicólogas especializadas en catástrofes, que nunca imaginaron que en la de 2020 casi todos los duelos irían sin despedida.

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Me acuerdo de mi abuela, Conchita, a la que colé en uno de mis reportajes porque, a los 100 años, convivía con mi prima Belén, médico de familia en urgencias. De cómo se las apañaban para evitar contagios, pero también abrazos necesarios.

Me acuerdo de que llevo casi un año sin cubrirla de besos y de que en septiembre cumple 102. También de que cada vez me queda menos tiempo para hacerlo.

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