EL ABURRIDO Y NECESARIO MANTENIMIENTO
EL FOCO ·
Las elecciones se ganan con grandes anuncios de eventos, de medidas, de leyes, cada vez más apelando a emociones que refuerzan un falso bienestar moral y nadie se pregunta luego por el mantenimiento de todo el aparato administrativoEn cuanto salió la noticia hace unos días del nombramiento de José Luis Martínez-Almeida como portavoz nacional del PP, un periodista se preguntó en ... Twitter que, además de ser simpático, qué había hecho en un año de mandato el alcalde de Madrid. Es una pregunta que lleva a una reflexión pertinente sobre la acción política y la presión de los medios sobre qué debe ser. Hace años, en una pieza en la prensa estadounidense sobre Michael Bloomberg, se recordaba qué había contestado cuando le preguntaron qué había hecho durante sus primeros 100 días de mandato: «Un gran equipo», contestó el entonces alcalde de Nueva York. Y, claro, un gran equipo no es un anuncio de portada, no es un evento, ni tampoco un edificio nuevo al que colocar una placa.
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Nicholas Taleb es uno de los pensadores más provocadores de una época en la que hacen mucha falta porque cada día cuesta más llevar la contraria a los medios y a las etiquetas y el progreso nunca se alcanza por consenso del rebaño. Hace unos días, diagnosticaba uno de los males más perniciosos de nuestras democracias: haberlas dejado en manos de personas cuyo gran mérito y casi único es su capacidad de garantizarse victorias electorales. Las elecciones se ganan con grandes anuncios de eventos, de medidas, de leyes, cada vez más apelando a emociones que refuerzan un falso bienestar moral y nadie se pregunta luego por el mantenimiento de todo el aparato administrativo, por ejemplo. Imaginen a un político que hubiera prometido hace unos años poner recursos y sentido común en una red de vigilancia epidemiológica nacional, en hacer una relación de puestos de trabajo municipal acorde con las necesidades menos vistosas pero más comprensibles. No sé, imaginen arquitectos que se hicieran cargo del mantenimiento del patrimonio monumental de una ciudad versus los que se encargan de levantar nuevos edificios que quedan espectaculares en congresos de colegas y luego no funcionan para los usuarios de los servicios a los que están destinados. Nada de eso es sexy electoralmente, claro. Mucho mejor ir a guisos vecinales donde algún tipo de ciudadanos (existen) se emocione por haberse hecho un selfie con un cargo público que ver cómo es posible el papeleo y tiempo que requiere pedir un cambio en un semáforo o pintar un paso de peatones, por no hablar de un carril bici.
El mantenimiento no cabe en un slogan de marketing digital ni en un discurso de mitin. Y no por ello deja de ser muy importante. ¿Quién se hará cargo de la puerta automática de una biblioteca cuando se estropee? ¿Por qué se plantan palmeras en una mediana y se deja sin sombra las aceras? ¿Quién ha pensado en qué pasará cuando crezcan y haya que limpiarlas? ¿Qué cuerpo se encarga del mantenimiento de tanto edificio público sopesando bien los costes? ¿Cuántas cosas se acaban cambiando cuando se podrían haber mantenido?
En un interesante podcast de Freaknomics, varios ingenieros y algún historiador bromeaban con el presentador, Stephen J. Dubner, sobre las ganas que tenían de haber contestado al libro de Walter Isaacson, biógrafo de Steve Jobs, 'Los innovadores', cómo un grupo de hackers, genios y geeks crearon la revolución digital, con algo que se hubiera podido llamar Los de mantenimiento, cómo los burócratas, los ingenieros normales y los introvertidos crean las tecnologías que funcionan casi todo el tiempo. Desde que lo escuché, me encanta subirme a un ascensor en el que figura el nombre a boli del último que confirmó que el artefacto es seguro. Por cierto, la prueba más evidente de lo que se considera atractivo o no para vender como logro es lo poco que presumimos los españoles, por ejemplo, de ser una potencia en fabricación de ascensores, un artilugio que nadie duda ha facilitado la vida a millones de personas y del que no sabemos el nombre de su inventor, aunque leamos Otis en muchos de ellos.
Una de las cosas que hacen las personas aburridas de mantenimiento de vez en cuando son las revisiones. Necesitan saber que los extintores están retimbrados, que los diferenciales saltan, que las luces de emergencia se encienden, que los detectores de humo dan la alarma, que las escaleras están despejadas y las bocas de incendio tienen presión para que todo funcione en una situación extraordinaria pero que puede ocurrir. Meses después de la pandemia, tenemos claro que nadie hizo eso con la Administración a todos los niveles, pese a los avisos recurrentes de que lo que nos ocurre no era ciencia ficción. Ni siquiera hemos aprendido en estos meses, como vemos en los controles de aeropuertos.
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Nadie estaba pensando en el mantenimiento de una administración que se precisa ágil y, a la vez, que guarde la legalidad; nadie había calculado cómo mejorar la coordinación entre administraciones, nadie, y eso duele, había pensado en cómo compartir datos de manera eficaz entre administraciones. Efectivamente, esas son cosas de grises, de geeks, de esas personas eficaces que hay en las administraciones capaces de hacer maravillosos mapas con desfibriladores pero que nadie se ocupa luego de dar a conocer porque, en fin, un callejero de utilidad es menos vistoso que inaugurar una bienal de arte contemporáneo, pongamos por caso.
A la pregunta de qué ha hecho Almeida, qué hace cualquier responsable político, siempre se debería poder responder como un logro el ser capaz de un buen mantenimiento y coordinación de la Administración. Que sea un logro mantener iniciativas de participación ciudadana que se dejan morir tras los anuncios, oficinas de empleo que encuentren trabajos, centralitas que sean capaces de distribuir enfermos en urgencias, bibliotecas bien aprovisionadas, pasos de peatones pintados, colegios e institutos impecables, al igual que los hospitales. Todo atendido por una estructura administrativa que sepa responder cuando más se le necesita. Justo lo que no hemos tenido estos meses cuando, en demasiadas ocasiones, lo que hemos visto es a muchos responsables, oh paradojas, mirando siempre la responsabilidad de los demás y no la suya propia. Demasiadas competencias repartidas para disimular a incompetentes. ¿Cuántas autoridades locales se atrevieron a recomendar mascarillas antes que el Gobierno? ¿De qué tenían miedo?
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Nada de esto lo tendremos en cuenta a la hora de votar. Es uno de nuestros retos: reflexionar sobre qué votamos y por qué. Este virus lo íbamos a parar unidos, decía el lema, pero en la Administración hay demasiados departamentos con otro lema: 'Esto no es de mi competencia'. Nadie presume de una buena y efectiva reunión de coordinación. De mantenimiento. De gestión.
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