Cuando quede solamente un minuto para que den las once en punto de la noche, yo estaré todavía en el bar de abajo, si es ... que hay algún bar debajo de mi casa y ese local está abierto en ese momento, y conmigo dentro, pensando con ansiedad en la magia y en el milagro que a veces se produce a un minuto exacto de cualquier toque de queda; de la cita con la casa que nos ha hecho tan buenos de repente.
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Pensaré también en la Junta de Andalucía, yo nerviosito perdido, y ella tan bendita que ha inventado el teletransporte: virtud de héroes y de dioses con la que tantas veces he soñado para mí, que pertenezco a un subgrupo de personas que siempre llega tarde a casi todo.
Se alargan los horarios de los establecimientos hosteleros gracias a la Junta. Esa media hora extra nos la dan de propina en los bares. Un ratito más, que es todo lo que pedimos a veces en esta vida. Aguantar media hora para que nos vayamos juntos. Darle tiempo al chupito cortesía de la casa. En treinta minutos dividimos los postres en porciones exactas como si fuéramos ingenieros de cualquier cosa. Apuramos con la matemática cuartelera todo lo que se nos ponga por delante. Que el toque de queda coincida con el cierre de los bares es un don divino que nos dan todas las consejerías en su conjunto.
Ahora no somos nosotros, los gamberros, los asquerosos, sino que es el consejero de Sanidad el que cierra bares con una puntualidad que parece británica sin serlo. Detrás, a nuestro paso rápido a la casa, se cierran los bares. A veces, con gente dentro: conozco casos de fiesteros empedernidos que han tenido que quedarse, sin ganas, hasta las seis de la mañana por no incumplir el toque de queda, que es religión. Fiesta por obligación o por catequesis. Los controles se sortean con buena cara. No hay secretas en el ascensor ni en el descansillo. En los lugares en los que uno se quiere quedar, siempre se hace tarde. Hay gente que no vive encima de un bar, sino dentro, y que hace de su casa un bingo, y a mí me parece fabuloso, o sea, de fábula, que la Junta de Andalucía nos conceda por decreto media hora más, hasta las once, porque al final los bares que visitamos, cuando lo hacemos mucho, se convierten en una segunda casa. Allí dejamos buena parte de lo que somos. Allí somos más encantadores que en nuestro propio ámbito. Allí pasan las horas más deprisa y el dinero es más barato, envejecemos más despacio, como si estuviéramos en el lado oculto de la luna, y somos nosotros mismos, como nunca antes en ningún otro sitio.
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