Campanadas. Dieron las campanadas, yo las vi. Y el paso de un año a otro que fue como siempre. Un chorro de humores agridulces dentro ... del cuerpo y después, a la mañana del 1, ni un propósito. Acaso la uva, la mala uva, que se repetía en las bocanadas de la resaca. Vivir es eso de pasar Nocheviejas y festivos, que son días que tocan a muerto, sin otro afán que esperar que con el Roscón acabe todo. Pasa como con el verano, que sólo las promesas de junio sirven para algo. Lo demás es cuesta arriba, aunque quizá esto, como todo, sea mera cuestión de perspectiva.
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Nacimientos. Claro que hubo nacimientos, y es la única noticia que verdaderamente nos importa. Llevamos casi dos años acogotados por el Sida chino y es ahora cuando hay que celebrar las venidas al mundo. A un mundo que es como el tango aquel de Discépolo, pero sobre el que habrá que caminar con la determinación y la alegría que nos sean propicias. Ojalá que así sea
Pintarroja. Siempre empiezo mi año con el caldillo de pintarroja, que alimenta, cambia los humores y calienta para bien las tripas y otras partes blandas del cuerpo y del alma. Dicen que por los ingredientes; yo creo que por la mismísima pintarroja, que lleva la furia del mar dentro de sí. Quién sabe. Lo que tiene la responsabilidad es que he pasado estos días en un sótano, y se hace bola y pesado. Poco se quieren estudiar los efectos psicológicos de la pandemia. Y yo me imagino que es por lo que es: tenernos intelectualmente gagás. La cuestión, sí, que no probé la pintarroja a 380 kilómetros en línea recta de mi casa.
Dice el alcalde que hay que mantener la actividad y hacer todo lo posible por reducir los contagios. Dice bien. Aprendimos pronto que Simón no nos iba a ayudar a nada y que la prudencia es la que cada uno estime sin llegar, claro, a la paranoia. Por eso, quizá, haya gente en las calles con sus distancias, sus mascarillas y sus sonrisas tapadas; pero sonrisas al fin y al cabo. Eso es lo que importa, mantener la actividad y matar civilmente a los negacionistas. Especialmente a los más pesados.
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Felicitaciones. No éste, pero el próximo o el siguiente lunes será uno de los más tristes del año. Ni la alegría ni la pena se pueden imponer por decreto. Yo quisiera desearles un feliz año de papel, desde esta tronera, acordándome de los que se han ido en este año pasado y que pasarán a ser pura arcilla de la memoria. Por ellos y por todos hay que seguir adelante, a pesar de Frankenstein y a pesar de los pesares. Feliz año, pues, para los que como yo no creemos en mensajes esperanzadores sino en pasar el día lo mejor que se pueda.
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