EL ALFÉIZAR

Mártires de la corrupción

Rafael J. Pérez

Lunes, 24 de abril 2017, 07:45

La familia del joven de 22 años que brutalmente fue agredido en el centro de Málaga al mediar en una pelea ha decidido donar sus ... órganos. La actitud generosa de los familiares de este mártir de la paz, que además ha visto cómo el dolor ha golpeado en casa en otras ocasiones, contrasta con maneras de vivir absolutamente repudiables y condenables: desde la violencia gratuita ejercida por doquier hasta el saqueo que supone arrebatar del erario público cantidades ingentes de dinero, donde al final los que pagan el pato son los más pobres. El coste de la corrupción es muy alto. Algunos lo estiman en más de 7.500 millones de euros. Paradójicamente esta cifra se asemeja a la que Bruselas exige en recortes: hay que hacer ajustes por valor de 8.000 millones de euros.

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Los corruptos hacen mucho daño. Y arrebatan la posibilidad de que todo vaya mejor. Hasta a la Justicia. El juez Eloy Velasco afirma que «las inversiones en Justicia no son tan grandes como podrían ser». Educación, infraestructuras o cultura, por poner solo tres ámbitos, sienten en sus carnes las consecuencias de la corrupción. También la Sanidad. Hasta los alrededores del Clínico, donde se concentran familiares de los enfermos que esperan ser atendidos, sufren las consecuencias de la mala distribución económica. Por no hablar de la atención en los centros de salud.

Los protagonistas de la corrupción son unos indeseables. Porque solo piensan en sí mismos. Algo que contrasta con el ejército de buenas personas que a diario construyen un mundo mejor: donando vida, entregando tiempo y capacidades al servicio de los demás. Los corruptos están entre nosotros, pero no son de los nuestros. Salvo que anhelemos ser como ellos. Es por eso por lo que la lucha contra la corrupción constituye un deber para todo ciudadano. Esta difundida y solapada lacra social obedece a muchos factores. También a un sistema que permite vivir deshonrosa y delictivamente durante mucho tiempo. Con el consiguiente hartazgo de quien busca hacer las cosas bien. Desgraciadamente está más difundido de lo que trasciende a los medios este cáncer que alcanza al poder político o económico. También a otros ámbitos públicos, sociales, religiosos e incluso domésticos. Desgraciadamente quien usa su poder en beneficio propio termina haciendo mucho daño. La corrupción en realidad la paga el pobre. Y está a mano. Porque cuando uno tiene autoridad se siente fuerte y poderoso. Olvida a quien sufre.

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