La tribuna

Una ausencia en el Museo de Málaga

Someter a Francisco Hernández a lo que pudiéramos llamar el exilio del silencio y del ninguneo es una afrenta más cruel que la mala crítica o que la incomprensión de la obra

FRANCISCO DELGADO BONILLA EXALCALDE DE VÉLEZ MÁLAGA

Viernes, 24 de febrero 2017, 08:33

Igual que en la actualidad ocurre con los medios de comunicación o con las redes sociales, en el imaginario colectivo cultural prevalece la idea de ... que lo que no está en un museo, o no existe o no es importante. En ese sentido cualquier tipo de ausencia en una de esas instituciones se hace especialmente evidente y dolorosa. Es el caso del recientemente inaugurado Museo de Málaga, donde los amantes de la pintura hemos podido constatar la ausencia en sus paredes de algún lienzo del pintor Francisco Hernández. El museo ha venido, sin duda, a cubrir una importante laguna en el panorama cultural malagueño y dispone de todos los mimbres para convertirse en una gran casa común, símbolo y síntesis de lo histórico y de lo artístico en la provincia. Precisamente por ese carácter de representación y de muestrario de nuestra esencia cultural se hace más imperdonable que las puertas de la Aduana se hayan cerrado a la obra de uno de los grandes dibujantes y pintores malagueños de todos los tiempos.

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Mal estaría el estado de salud de la cultura institucional si a estas alturas tuviéramos que recordar la importancia artística del melillense, Hijo Adoptivo de Vélez Málaga. Pero por si hubiera que refrescar la memoria sólo destacaré que el creador cuya obra no cuelga en las paredes del nuevo museo representó a España dos veces en la Bienal de Venecia; qué está representado en el Museo de Arte Moderno del Vaticano, en Roma; que de él dijo Salvador Dalí que era el mejor dibujante de España o que el profesor y crítico de arte, Enrique Castaño Alés, apostilló que era uno de los mejores dibujantes europeos de la época contemporánea.

Como alcalde de Vélez Málaga en el momento de la muerte del pintor, me cupo el honor de rendirle homenaje en su funeral a través de unas palabras. En ellas manifesté mi compromiso moral de trabajar y de luchar por la difusión de la obra y la memoria del académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo. También en mi mandato inauguramos el Centro de Arte Contemporáneo que lleva su nombre con una gran exposición antológica de sus obras. Creo que ha llegado el momento de que ese compromiso no quede reducido a simple agua de borrajas, sino que se materialice en una reivindicación que considero justa y necesaria: Francisco Hernández debe tener, por calidad y trayectoria, una obra en el Museo de Málaga. Porque el silencio del nombre de Francisco Hernández en las salas del Museo retumba de manera clamorosa.

No fue el pintor persona con especiales habilidades para la autopromoción ni para la venta de sí mismo ni de su obra, ni tuvo tampoco especial habilidad -quizá tampoco ganas- de granjearse el apoyo de las instituciones y de los poderes públicos. No fue nada cortesano y por tanto, no obtuvo de éstos demasiada atención ni grandes simpatías. De las instituciones políticas en sus últimos años lo único que recibió fueron algunos feos desplantes y alguna que otra 'guantada sin mano'. En dos ocasiones la Junta de Andalucía no tuvo a bien concederle la Medalla de Andalucía, cuya petición, en ambos casos, estuvo respaldada mayoritariamente por académicos, artistas, profesores, críticos, investigadores y por la mayoría de ayuntamientos y colectivos culturales de la provincia. Someter a un artista a lo que pudiéramos llamar el exilio del silencio y del ninguneo es una afrenta más cruel que la mala crítica o que la incomprensión de la obra. Por determinadas razones - en cuyo análisis no profundizaré en este lugar- Francisco Hernández corre un sutil riesgo de ser relegado al silencio. Pero no el silencio del público ni el de los coleccionistas ni el de la crítica, sino el impuesto por la actitud de algunas instituciones políticas y de algunos asesores culturales que miran con demasiada mezquindad y que estrechan en exceso lo que deberían ser los caminos anchos y plurales del arte contemporáneo. Les ha llegado pues el momento a esas instituciones de reparar las injusticias que en su día cometieron con el artista. Ha llegado el momento de sacarlo del silencio, de darle voz a una forma muy personal, arriesgada y fundamentada de entender la pintura de la última parte del siglo XX.

Comprendo que el contenido del proyecto museográfico del Museo de la Aduana ha venido, hasta cierto punto, marcado y condicionado por la procedencia de sus fondos, pero a pesar de ello despierta cierto rubor en los amantes del arte -incluso, quizá, cierta vergüenza ajena- que no se haya intentado gestionar la adquisición o donación de alguna obra del autor del 'Tríptico de Venecia'. Quiero pensar que la ausencia de Hernández en el museo se debe a un lamentable descuido, a cuya enmienda y reparación -estoy seguro- se va a proceder con convicción, rapidez, diligencia y discreción. Valgan, no obstante, estas reflexiones para exigir, con humildad pero con contundencia, a los responsables culturales de la Junta de Andalucía que hagan justicia con un pintor cuya vida entera estuvo volcada en la búsqueda de la creación y de la belleza. Considero que por su maestría en el dibujo, por el dominio de la técnica y por el conocimiento de la tradición y de la Historia del Arte, Francisco Hernández debe ocupar un lugar destacado en el panorama de la pintura española contemporánea. Pero sobre todo por la valentía que demostró al desviarse de los caminos, prefijados y tasados, que llevaban al éxito asegurado en la segunda mitad del siglo XX. De alguna manera Francisco Hernández se adelantó a su tiempo, entendiendo que el mensaje de la postmodernidad era el de lidiar con la tradición, asumiéndola, pero a la vez intentando superarla y trascenderla.

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Un pequeño pero necesario primer paso para el justo reconocimiento de Francisco Hernández será el de que los malagueños y visitantes puedan deleitarse en el Museo de Málaga con alguna de sus extraordinarias pinturas. Me consta fehacientemente que sus hijos ya han ofrecido una donación generosa para este fin.

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