Tras unos días de tregua volvió a llover en Málaga. Y en esta ocasión de manera inesperada. Brutal. De forma muy localizada. Pero dejando 153 ... litros de agua en la capital en un corto periodo de tiempo. Y como si de una ensalada se tratase tampoco faltó ningún elemento para que fuese completa: granizo y viento acompañaron la tromba de agua. Los desperfectos, consecuencias y daños han sido múltiples. El Museo de Málaga no abre este lunes. Pero esto no es nada si se compara con el susto que los vecinos de la capital se llevaron: tres personas fueron rescatadas de su coche al que literalmente se lo tragó la tierra y una mujer embarazada también tuvo que ser rescatada de su vehículo por los bomberos. Amén de otras incidencias de tipo personal. Como el testimonio del empresario al que una ola le pasó por encima.
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No sabemos el día ni la hora. Y mira que hay adelantos. Pues ni con estos podemos anticiparnos exactamente a todas y cada una de las inclemencias naturales y del tiempo. Entre ellas se encuentran los accidentes y procesos vitales a los que estamos sometidos. Esperada o inesperadamente. La historia viene de lejos. De muy lejos. Son tantos los factores con los que nos cruzamos en la existencia que por más que nos empeñemos nadie puede añadir a la hora de la verdad un día a su vida. Jesús de Nazaret ya lo advertía. Y aunque queramos mirar para otro lado obviando la realidad, lo cierto y verdad es que somos frágiles y vulnerables. Algo que parecen olvidar algunos poderosos o descerebrados. Los hombres y mujeres compartimos origen y destino. La muerte a todos iguala. Y aunque es cierto que un episodio como el del sábado por la tarde en otro país podría haber causado víctimas mortales y que las infraestructuras y progreso del que gozamos en Málaga lo evitó, es verdad que en cualquier momento somos protagonistas de nuestro final: un accidente, una enfermedad o el propio devenir de la existencia pueden conducirnos a la hora de nuestra muerte. Por eso conviene vivir en paz con uno mismo y con los demás. Al final de nuestra vida es el amor que hayamos compartido lo que realmente vale. Nadie se lleva nada a la tumba. La mejor herencia que dejamos será el amor del que disfrutamos y ofrecimos como don único.
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