Hace unos días los padres fueron con el pequeño a ver la nieve en la sierra de Málaga. Disfrutaron. El niño les pidió que quisiera ... ver nevar. Quería más. La vida misma. Siempre queremos más. No nos conformamos con lo que tenemos. Deseamos más. Y eso, en principio, es bueno. Hay que llegar a la hora de nuestra muerte vivos. Es el ansia de plenitud que alberga nuestro corazón podrido de latir en ocasiones. La llegada a la Casa Blanca de Donald Trump, exponente del perverso capitalismo neoliberal, ha vuelto a poner de manifiesto la misma tendencia: más para América. Siempre más. El papa Francisco ha pedido más diálogo en España. Siempre más. En Málaga se cuecen y cuajan proyectos para la ciudad y su provincia. Siempre más. Y a poco que repasemos la biografía de cualquiera, salvo que experimente una honda desolación, siempre querrá más: viajar más, tener más, vivir más. Pero atención: la ambición calculada y mercantil que atosiga a tantos hombres y mujeres de nuestra época, muchos vecinos nuestros, es vía muerta de una carrera insaciada hasta tenerlo todo y después sentirse vacíos. Ahora bien, si el hombre y la mujer no son ambiciosos también mal van. La ambición en su estado original es buena. Busca la plenitud. Busca trascender cada momento. Busca vivir mejor. Urge la ambición que busca el bien común. Es necesaria para crecer personal y comunitariamente. Pretender algo bueno y positivo es necesario. Porque la ambición se necesita para ser lo que uno debe ser y está llamado a ser. En este sentido la espiritualidad aporta el sentido y hondura necesarios para realizar un acertado discernimiento y actuar en el momento oportuno de la manera más adecuada. Una ambición materialista como la que algunos líderes políticos exhiben destroza. Antes o después cava la fosa de la dignidad humana. O si no que alguien explique ¿dónde se encuentra el sentido último de las guerras y enfrentamientos mundiales o domésticos? Por eso hay que aspirar a la búsqueda y encuentro del bien común. Gente así de ambiciosa que busca lo mejor en cualquier ámbito hay menos de cuanta creemos. Porque conlleva una búsqueda existencial marcada por la madurez, lucidez e iluminación interior. El camino de la sana ambición es camino de perfección. Y si es camino hay que recordar que la clave está en caminar alentado por la gratuidad; en no desalentarse en el camino.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión